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Novela «El Terror de Alicia» Autor: Miguel Ángel Moreno Villarroel

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Vigesimoprimer domingo después de Pentecostés - Lo que importa es la estatura del corazón



02 de noviembre de 2025

Vigesimoprimer domingo después de Pentecostés.

 

Director del Servicio: Emilio Jesús Moreno

 

Lecturas: Salmo 32:1-7; Isaías 1:10-18; 2 Tesalonicenses 1:1-4, 11-12; Lucas 19:1-10

 

Tema de hoy: Lo que importa es la estatura del corazón.

 

El mensaje para el día de hoy, cuando arribamos al día vigesimoprimero después de haber asistido al servicio de celebración de Pentecostés, nos dirige a tratar un tema en el cual la mayoría de las veces estamos confundidos en su aplicación, y se trata de la oportunidad para arrepentirse de una mala vida alejados de Dios.

 

El salmista nos habla acerca de la felicidad que embarga al hombre que confiesa sus pecados; notamos como el organismo somatiza las consecuencias de una vida pecaminosa; el decaimiento físico y las enfermedades psicológicas que el impío sufre hasta que no confiesa sus pecados a Dios y se vuelve con total arrepentimiento de corazón a su creador y Salvador.

 

Cuando leemos el pasaje del profeta Isaías asignado para hoy, vemos que por inspiración divina el profeta dice: «¡Lávense, límpiense! ¡Aparten de mi vista sus maldades! ¡Dejen de hacer el mal! ¡Aprendan a hacer el bien, esfuércense en hacer lo que es justo, ayuden al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan los derechos de la viuda!»

 

Lo anterior se convierte en una guía para aquellas personas que se hacen las tontas y preguntan: ¿pero no entiendo que es lo que me pide Dios que haga? Como si no estuviera más que claro lo que requiere Dios de nosotros. ¿Cree usted que está bien con Dios porque va a la iglesia todos los fines de semana? ¿Dice que usted ha creído en Jesús como su Señor y único Salvador; pero usted ni desde lejos hace lo justo? ¡Usted debe revisarse interiormente en quién usted ha creído! No se llame a engaño y busque la verdad, busque una relación en comunión con Jesús.

 

En la epístola para el día de hoy, aprendemos de Dios por intermedio del Apóstol Pablo que: él escribe esta carta a los hermanos que están unidos a Dios nuestro Padre; el apóstol se siente muy orgulloso por la fe demostrada por los hermanos de Tesalónica, ya que muestran fe y fuerza ante las aflicciones y persecuciones que para ese tiempo sufrían. Ya en el versículo 11 y 12, Pablo les indica que: por esta razón siguen orando por ellos para que sean merecedores del gran privilegio de haber sido llamados a la fe por el mismo Dios, y de esta manera servirán de testimonio vivo de lo que significa Jesús para la humanidad y, finalmente alcanzarán honra en nuestro Señor.

 

Hermanos, debemos seguir el ejemplo del apóstol Pablo, en el sentido de permanecer en oración por los hermanos que se congregan en iglesias diferentes a las nuestras, para que se cumpla la maravillosa promesa de Dios en nuestro Señor Jesucristo, que permanezcan en la fe y sean vencedores espirituales.

 

El evangelio para hoy, nos trae como propósito mostrar cómo el Espíritu Santo toma al pecador, crea en él la fe y, esa persona se vuelve de su vida pecaminosa a una vida santa, (que no santurrona), por el encuentro personal y directo con nuestro Señor Jesucristo.

 

Nuestro evangelista Lucas nos habla de un pasaje ocurrido en Jericó. Este hecho es relatado solamente en este evangelio de Lucas, y el mismo va de la manera siguiente: Jesús empezó a recorrer la ciudad de Jericó, allí vivía un director de aquellos que se encargaban de cobrar los impuestos para el imperio romano que ocupaba esos territorios conquistados. Relata Lucas, que ese personaje jefe de esa gente considerada de muy mala fama quería conocer a Jesús; mas no podía ni siquiera alcanzar a verlo porque era de una estatura diminuta y la multitud se lo impedía.

 

En este punto de la narración podemos hacer una pausa y preguntarnos, ¿qué o quién ponía en la mente y corazón de Zaqueo ese deseo tan grande de conocer a Jesús? Es tal el deseo y necesidad de ver a Jesús que el hombre se sube a un árbol; pero Jesús cuando camina cerca del árbol miró hacia arriba y le dijo al cobrador de impuestos que bajara, porque tenía que quedarse en su casa.

 

De lo anterior podemos ver como Jesús nos muestra su atributo de omnisciencia, al saber no tan solo que Zaqueo estaba en el árbol, sino la fe y necesidad espiritual creada en él por el Espíritu Santo de anhelar conocer a Jesús.

 

Lucas continúa la historia diciendo que: efectivamente Zaqueo descendió del lugar en donde se encontraba y fue con Jesús a su casa y le mostró atenciones de amistad y aprecio. La mayoría de los presentes en vez de preguntarse: qué era lo que Jesús había visto en Zaqueo, empezaron a criticar y murmurar que Jesús hacía mal en compartir con un evidente pecador y en su propia casa.

 

Luego, Zaqueo mostrando frutos claros de arrepentimiento en su forma de vida, le declaró a nuestro Señor Jesucristo que iba a tratar de hacer justicia y reparar los daños que hubiese causado en su mal vivir anterior.

 

Jesús no pudo más que decir que: en esa misma hora había llegado la salvación a la casa de Zaqueo y, respondiendo indirectamente a los criticones y murmuradores dijo: «Pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que se había perdido».

 

Hermanos, ahora la pregunta para finalizar sería ¿en nuestro diario vivir mostramos frutos de arrepentimiento? ¿Estamos claros con el hecho cierto, espiritual y eterno de que, nuestro Señor Jesucristo vino a este mundo a buscar y salvar lo que se había perdido? ¿Hoy en día nos consideramos como «perdidos» para poder ser hallados y salvados por Jesús?

Oremos:

Amado Dios y Señor de Sabaot, hoy te suplicamos que nos enseñes a identificar a las persona que quieren conocer a Jesús, para guiarlos hacía su encuentro glorioso con él, y sean encontrados y salvados por su gracia eterna.

Amén. Dios los bendiga, y recuerden. ¡¡Sólo Dios Salva!!


Vigésimo domingo después de Pentecostés - Engrandeciéndome ante Dios, juzgando al prójimo



26 de octubre 2025

Vigésimo domingo después de Pentecostés.

 

Director del servicio: Emilio Jesús Moreno

 

Lecturas: Salmo 84:1-7; Jeremías 14:7-10; 2 Timoteo 4:6-8, 16-18; Lucas 18:9-14

 

Tema de hoy: Engrandeciéndome ante Dios, juzgando al prójimo

 

El mensaje para el día de hoy, cuando arribamos al día vigésimo después de haber asistido al servicio de celebración de Pentecostés, nos dirige a tratar un tema en el cual la mayoría de las veces estamos dados a caer, y se trata de la falsa santidad ante nuestro Dios.

 

El salmista nos habla acerca de la felicidad que nos debe traer el vivir en el templo de Dios; lo maravilloso de cantar y alabarle alegres. Hermanos, debemos estar seguros de dónde procede nuestra felicidad y, si somos sabios y justos, entonces reconoceremos que ella proviene exclusivamente de nuestro Dios.

 

Cuando leemos el pasaje del profeta Jeremías asignado para hoy, vemos que él clama a Jehová diciéndole: «¡Señor, aunque nuestros pecados nos acusan, actúa por el honor de tu nombre!» Y enseguida reconoce de manera clara y franca: «Muchas veces te hemos sido infieles, hemos pecado contra ti»; el profeta reconoce su vida de pecado, por más insignificantes que estos sean o no los recuerde. Él sabe que Dios no puede ser engañado y quien trate de ocultar su mal proceder y desafortunados deseos se engaña así mismo y no recibirá el perdón del Todopoderoso.

 

En la epístola para el día de hoy, aprendemos del Apóstol Pablo que debemos pelear la buena batalla de la fe, mantenernos fieles a la sana doctrina de la salvación eterna que ha sido lograda por Nuestro Señor Jesucristo para y por nosotros, por medio de su muerte sacrificial en la cruz. Es así, como también nos transmite la seguridad en que el Señor nos librará de todo mal y nos preservará en una fe intacta para su reino celestial.

 

La buena batalla de que trata el Apóstol, no está relacionada en lo absoluto con el desempeño de obras para ganar el cielo, sino, con el perseverar en la fe, manteniéndonos unidos a Nuestro Señor Jesucristo en todo tiempo, sin desmayar; solo él, Nuestro Dios, nos sostiene con su mano poderosa y nos hace seguir adelante.

 

El evangelio para hoy, nos trae como misión el tratar de enseñar a aquellos que erróneamente justificándose con su «buena conducta» y siguiendo esta línea, proceden a despreciar a los demás.

 

Nuestro Dios y Salvador Jesucristo, pasa a relatarnos una parábola en la cual dos hombres van al templo y comienzan a orar, uno era fariseo y el otro un hombre de mala fama, de esos que cobraban impuestos para el imperio romano. El fariseo oraba dando gracias a Dios porque él no era como los demás que eran pecadores evidentes y, también aludiendo al cobrador de impuesto, dice: «y porque tampoco soy como ese cobrador de impuestos» y de esta manera continúa diciéndole a Dios todo lo bueno que él hace; mas por el otro lado el cobrador de impuestos, desde la distancia, sintiéndose y sabiéndose culpable y pecador, no se atrevía a levantar la vista al cielo, sino que, muy humillado ante Dios se golpeaba el pecho en señal de dolor, y decía: «¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!».

Remata Jesús para concluir: «Les digo que este cobrador de impuestos volvió a su casa ya perdonado por Dios, pero el fariseo no. Porque el que a sí mismo se engrandece, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido».

 

Hermanos, el cobrador de impuestos solamente tenía para mostrar a Dios su vergüenza y el reconocerse pecador. Era tanto el dolor que sus actos y la certeza que tenía de la existencia de un Dios que lo sabe todo, que este, ni siquiera tenía voluntad o ánimo de volver su mirada hacia el cielo. El pecador mostraba una actitud de humildad; mientras que el fariseo exhibía toda una lista de cosas que él suponía que Dios le debía reconocer, y otorgarle por ello la salvación de su alma y vida eterna.

 

Hermanos, que nos sirva esta parábola de enseñanza en el sentido de que, no hagamos como muchos suelen hacer, es decir, que por «cumplir» con ir a la iglesia cada fin de semana, juzgan duramente a personas que ellos consideran: «mundanas, perdidas o desahuciadas» de estar algún día ante la presencia victoriosa y eterna de Dios. Humillémonos ante Dios, para que en el futuro seamos engrandecidos por Nuestro Dios.

 

Oremos:

Amado Dios de los cielos y de la eternidad, hoy te rogamos que nos enseñes a ser cada día más humildes, y reconocer que solamente tú conoces los corazones, y no nos corresponde a nosotros el juzgar a nuestros semejantes.

Amén. Dios los bendiga, y recuerden. ¡¡Sólo Dios Salva!!


Decimoctavo domingo después de Pentecostés - ¡Un noventa por ciento de malagradecidos!



12 de octubre 2025

Decimoctavo domingo después de Pentecostés.

 

Autor: Miguel Moreno

 

Lecturas: Salmo 111; 2 Reyes 5:1-3, 7-15c; 2 Timoteo 2:8-15; Lucas 17:11-19

 

Tema de hoy: ¡Un noventa por ciento de malagradecidos!


El mensaje para el día de hoy, cuando arribamos al día dieciocho después de haber asistido al servicio de celebración de Pentecostés, nos dirige a tratar un tema que es muy particular por decir lo menos, y se trata de la honra y agradecimientos debidos a Dios.


Así las cosas, en el Salmo 111 versículo 10 leemos: «La mayor sabiduría consiste en honrar al Señor; los que le honran, tienen buen juicio. ¡Dios será siempre alabado!»


De entrada el salmista por inspiración divina nos enseña que no hay mayor sabiduría que apreciar y respetar lo que Dios significa y hace en favor nuestro. Y también añade que la persona que enaltece al Señor, debe tenerse por un ser que goza de entendimiento, prudencia y buen proceder en todos sus actos. 

En la primera lectura asignada para hoy nos encontramos con un hombre de nombre Naamán, quien era jefe del ejército del rey de Siria, y quien estaba enfermo de lepra; supo por medio de una niña israelita que había sido hecha cautiva, que si él acudía al profeta que estaba en Samaria obtendría la salud. El rey de Siria envió carta al rey de Israel para que lo curara, el rey de Israel se enfureció mucho diciendo que él no era Dios para curar de tan terrible enfermedad a nadie.


Cuando el profeta Eliseo se enteró de lo que había sucedido, le mandó a decir al rey que le dijera al leproso que fuera a visitarle; mas cuando el hombre se presentó ante el profeta Eliseo, éste le indicó como medicina para su mal, que se lavara siete veces en el río Jordán, prometiéndole que su cuerpo quedaría totalmente sano. En fin, a Naamán no le gustó mucho la medicina propuesta por el profeta; pero al final atendió con obediencia lo prescrito por Eliseo y su piel se volvió como la de un joven. Y ya en el versículo 15c podemos apreciar a un Naamán agradecido con Dios por haber sido curado de esa terrible enfermedad como lo era y lo sigue siendo la lepra «¡Ahora estoy convencido de que en toda la tierra no hay Dios, sino sólo en Israel!»


El militar Naamán al dar gracias y reconocimiento al Dios de Israel, manifestó que lo que le curó no fue el agua del río Jordán, sino el poder de Dios que actuó por la fe que él puso en la promesa expresada por el profeta Eliseo.


En la epístola leída hoy, Pablo, en su carta a su amigo Timoteo, también considerado como un hijo, le dice bajo la inspiración celestial en el versículo 13 «si no somos fieles, él sigue siendo fiel, porque no puede negarse a sí mismo».


En el pasaje del Santo evangelio asignado para ser leído, estudiado, predicado y acogido en nuestras mentes y corazones, nos hallamos ante la presencia de nuestro Señor Jesucristo, quien de camino a Jerusalén pasó entre las regiones de Samaria y Galilea. Allí se le aparecieron diez hombres que estaban enfermos de lepra, y desde la distancia le gritaban que tuviera compasión de ellos; nuestro Señor, solamente les dijo: vayan y preséntense al sacerdote, esto, en cumplimiento de las instrucciones dadas por Dios a Moisés cuando se trataba de la purificación de los leprosos Levítico 14: 1-32; es decir, entre otras indicaciones: el sacerdote verificaba si el enfermo había sido sanado y, si efectivamente lo estaba, le ordenaba traer una serie de elementos para cumplir con el rito de la purificación.


En pocas palabras, lo que Jesús les quería dar a entender era que ya habían sido sanados. Mientras los hombres iban caminando, se dieron cuenta que estaban sanos; solamente uno de los hombres al verse curado se regresó y se arrodilló para dar gracias a Jesús. El Señor le preguntó a quien aún estaba inclinado en el suelo: ¿Y es que acaso no eran diez los leprosos sanados? ¿Dónde están los otros nueve? ¿Solamente un extranjero ha regresado para dar gloria y gracias a Dios?


En la lectura del antiguo testamento, vimos que el militar y extranjero de nombre Naamán fue un leproso que supo expresar el agradecimiento sincero ante el Dios de Israel; mas del evangelio hoy leído, vemos que de  diez hombres leprosos, solamente uno y además extranjero se regresó para dar gracias a Dios.


Hermanos, solamente volvió para dar gracias a quien honra merece un diez por ciento de los beneficiados por el Señor Jesucristo. Muchas personas hablan que en las listas de oraciones la sección menos llena siempre es la que corresponde con las «Acciones de Gracia del Pueblo de Dios» de lo que podemos concluir que, somos rápidos y constantes para pedirle a Dios todo lo que se nos ocurra; pero a la hora de ser agradecidos, siempre somos muy pocos, a lo máximo un diez por ciento, es decir el noventa por ciento se comportará indiferente o malagradecido ante los milagros de Dios. Si bien esto es así, no nos aflijamos, ya que Dios lo dijo por medio de la pluma del apóstol Pablo en 2 Timoteo Capítulo 2, versículo 13: «si no somos fieles, él sigue siendo fiel, porque no puede negarse a sí mismo».


Hermanos, seamos obedientes, como lo fue al final Naamán, a lo que Dios nos dice que hagamos en determinados casos, no solamente en lo referente a la salud y veremos el milagro del Señor, y cuando esto suceda, pidamos a su grandeza y misericordia que permita comportarnos como el único leproso que regresó a dar gracias, honor, respeto y alabanzas a nuestro Dios Santo de Israel.


Oremos: Dios de cielo y tierra, creador de todo lo visible e invisible, danos tu gracia, para poder confiar en tus mandamientos sin cuestionamiento alguno, y reconocer en ti al dador de toda nuestra dicha y bienestar.

Amén. Dios los bendiga, y recuerden: ¡Solo Dios salva!


Decimoséptimo Domingo Después de Pentecostés - Una pequeña fe nos hace servir con humildad



05 de octubre 2025

Decimoséptimo Domingo Después de Pentecostés 

Autor:  Moreno Villarroel

Lecturas: Salmo 37:1-9; Habacuc 1:1-4; 2:1-4; 2 Timoteo 1:1-14; Lucas 17:5-10


Tema de hoy: Una pequeña fe nos hace servir con humildad

 

Hermanos, ¿cuántas veces nos hemos equivocado en relación a algún producto o bien que, siendo de pequeñas dimensiones, luego resulta asombrar a la persona que lo adquirió?


Desde un medicamento contenido en una mínima pastilla hasta algún artefacto electrodoméstico que lo compramos sin mucho interés, y cuando los utilizamos nos sorprende con exagerado asombro su potencia o calidad, más allá de su tamaño y hasta precio pagado por éste.


 También, tal vez, podemos haber conocido la frase en algún diálogo: «fulanita está medio embarazada, ante lo que la otra persona le responde: no se puede estar medio embarazada, eso no existe, o se está embarazada o no se está».


En la vida hay cosas que no se pueden valorar o predecir su ejecución por el tamaño que presenta.


Los discípulos consideraban que no podían vivir según las enseñanzas de Jesús y, menos en esa esfera social y religiosa en la que agradar a Dios estaba supeditada a cumplir la ley dada por el creador al pueblo de Israel.


Ellos, los discípulos, le piden a Jesús que les aumente la fe y él les da a entender que no existen grados de la fe, sino solamente la fe, la cual tiene tanto poder que puede desarraigar un árbol y ordenarle que se mueva, si con fe se lo pidieran.


No es nuestro estado de cuenta bancario ni nuestros estados de ánimo lo que respalda ni dirige nuestra fe para hacerla efectiva y suficiente, y de esta manera enfrentar el mal, el sufrimiento y los desafíos de la vida.


En el evangelio para hoy Jesús también enseña sobre de lo que no se debe esperar el recibir reconocimientos ni honores; por ejemplo: un trabajador que labora y se esfuerza más que sus compañeros, solamente debe aspirar a su paga al igual que los demás y, tener conciencia de que no le está haciendo ningún favor a su patrón, porque ha recibido una contraprestación por su obra, es decir, se le ha entregado su salario equivalente por los servicios prestados.


Esto quiere significar que la obediencia a Dios no se trata de logros o expectativas de premios o reconocimientos humanos, sino de cumplir la voluntad de Dios con humildad.


La gracia de Dios nos sostiene, nos llama a la obediencia humilde y nos fortalece para perseverar en medio de las dificultades y tentaciones y es bien sabido que nunca tendremos como pagarle a nuestro Señor.


Oremos:

Que Dios nos haga entender día a día que no necesitamos de emocionalidades para desarrollar nuestra fe y ver sus beneficios, y de esta manera servir en su reino sin esperar nunca nada a cambio porque él ya nos lo ha dado todo.

Amén. Dios los bendiga, y recuerden. ¡¡Sólo Dios Salva!!