Novela «El Terror de Alicia» Autor: Miguel Ángel Moreno Villarroel

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Revised Common Lectionary - Daily Readings

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Un dios Alejado de las Tradiciones del Hombre

 

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29 de agosto 2021

Decimocuarto Domingo Después de Pentecostés.

Pastor: Miguel Moreno

Lecturas: Salmo 15; Deuteronomio 4: 1-2, 6-9; Santiago 1: 17-27; Marcos 7: 1-8, 14-15, 21-23

Tema de hoy: Un dios Alejado de las Tradiciones del Hombre

Nuestra reflexión para el día de hoy Decimocuarto Domingo Después de Pentecostés, está basada en el pasaje del evangelio que se encuentra en: Marcos 7: 1-8, 14-15, 21-23 y es del siguiente tenor:

Se acercaron los fariseos a Jesús, con unos maestros de la ley que habían llegado de Jerusalén. Éstos, al ver que algunos discípulos de Jesús comían con las manos impuras, es decir, sin haber cumplido con la ceremonia de lavárselas, los criticaron. (Porque los fariseos y todos los judíos siguen la tradición de sus antepasados, de no comer sin antes lavarse las manos debidamente. Y cuando regresan del mercado, no comen sin antes cumplir con la ceremonia de lavarse. Y aún tienen otras muchas costumbres, como lavar los vasos, los jarros, las vasijas de metal y las camas.) Por eso, los fariseos y los maestros de la ley le preguntaron:

—¿Por qué tus discípulos no siguen la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?

Jesús les contestó:

—Bien habló el profeta Isaías acerca de lo hipócritas que son ustedes, cuando escribió:

“Este pueblo me honra con la boca, pero su corazón está lejos de mí. De nada sirve que me rinda culto: sus enseñanzas son mandatos de hombres.”

Porque ustedes dejan el mandato de Dios para seguir las tradiciones de los hombres.

Luego Jesús llamó a la gente, y dijo:

—Escúchenme todos, y entiendan: Nada de lo que entra de afuera puede hacer impuro al hombre. Lo que sale del corazón del hombre es lo que lo hace impuro.

Porque de adentro, es decir, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los asesinatos, los adulterios, la codicia, las maldades, el engaño, los vicios, la envidia, los chismes, el orgullo y la falta de juicio. Todas estas cosas malas salen de adentro y hacen impuro al hombre.

Oración del día

Oh Dios, fortaleza nuestra, sin ti somos criaturas débiles y descarriadas. Protégenos de todos los peligros que nos atacan desde el exterior y límpianos de todo mal que surge de nuestro interior, para que seamos preservados por tu Hijo, Jesucristo, nuestro Salvador y Señor.

Aclamación al Evangelio

Aleluya. Él, porque así lo quiso, nos dio vida mediante el mensaje de la verdad, para que seamos los primeros frutos de su creación. Aleluya. (Santiago 1:18)

Sermón

El niño de dos años de edad se encontraba jugando sobre la tierra, mientras se pasaba las manos por el rostro y comía del pan que le había dado su padre.

El padre del niño, no se había dado cuenta de esa situación, ya que estaba conversando con un amigo, que se había hallado en el parque que frecuentaban los fines de semana.

El padre del niño, al darse cuenta exclamó ¡Ay! ¡Santo Dios, se va a enfermar y su madre me va a matar! El amigo del angustiado padre, le miró con ojos de tranquilidad y le dijo —Épale amigo no te preocupes, que dicen que así y que los niños agarran anticuerpos y se enferman menos...según dicen.

Esa afirmación, que forma parte de la sabiduría o la ignorancia general en ciertos grupos sociales, no sabemos decirles que tanto de verdad contenga. Lo que sí es cierto es que, en la sociedad de los fariseos y judíos de hace dos milenios, tenían una obsesión que ellos llamaban eufemísticamente «ceremonia».

Esta sociedad, se lavaba las manos con tanta asiduidad que rayaba en un sin sentido lo hacían: si comían, si iban al mercado, si iban, si regresaban etc.

Ellos, estaban encadenados a una ley que pensaban les traería la paz con Dios; pero estaban lejos de lograr la paz con Dios, ya que estos cumplimientos eran más de tipo social, para cumplir ante los hombres «el qué dirán».

Y lo anterior es tan cierto que, como niños que buscan aceptación y popularidad con sus coetáneos, le dicen a Jesús: mira tu que dices que eres maestro, ¿por qué no les enseñas a tus seguidores que cumplan con la tradición de nuestros antecesores?

Jesús, responde con las palabras del profeta Isaías y les llamó: seguidores de enseñanzas y mandatos de hombres, también los catalogó de hipócritas, en fin, ustedes hace tiempo que abandonaron lo que ordena Dios para obedecer lo que dicen los hombres.

Nuestro Señor les dice: lo que entra al cuerpo del hombre no le puede hacer impuro «espiritualmente hablando» (recordemos la enseñanza de Jesús “cuídense de la levadura de los fariseos) el niño en el parque con las manos sucias de tierra que se la lleva a la boca, muy bien pudiera desarrollar parásitos y otras patologías; mas espiritualmente no podrá ser afectado por ello.

Pero, el mismo niño, sometido a enseñanzas malsanas desde su infancia, pudiera traerles consecuencias de eterna perdición espiritual, que no afectarían en principio su organismo, pero sí su alma.

Culmina Jesús diciendo: todas las cosas malas salen del corazón del hombre. Pudiéramos decir que, esas cosas malas, primero debieron llegar al corazón del hombre para luego poder salir.

Recordemos y tengamos muy presente, que el ser humano es pecador desde el vientre de su madre; el pecado original le domina y somete, el hombre ya desde que nace se encuentra equipado con toda esa artillería pesada de maldad; y lo que resta es tiempo para que este empiece a manifestarla en su cotidianidad.

 No sólo el pecado original es abastecedor confiable de todas estas inmundicias; el hombre en su desenvolvimiento social va adquiriendo todo este bagaje de maldad, que luego saldrá de su corazón, contaminando todo a su alrededor y principalmente a él mismo.

Hermano, ¿cuáles prácticas tradicionales inventadas por los hombres sigues hoy en día? ¿De cuáles ritos o ceremonias eres copartícipe, pensando que con eso estarás en la buena con Dios y ganarás el cielo?

Déjame decirte que, solamente el sacrificio y pago por todos nuestros pecados, obtenido por Jesucristo en la Cruz gloriosa del Calvario lo han logrado, sí, es un hecho irrepetible, no acepta otro vicario, él es el único que puede y quiere llevarte a la vida eterna junto a su Padre,

Oremos: Dios Padre eterno, te suplicamos que nos sostengas en nuestro diario vivir, de tal forma que no nos desviemos detrás de elementos y actores que pretendan y finjan conducirnos a tu reino eterno de gloria.

Amén. Dios los bendiga, y recuerden. ¡¡Sólo Dios Salva!!


Palabras de Vida Eterna

 

Imagen de ashbrauw en Pixabay

22 de agosto 2021

Decimotercer Domingo Después de Pentecostés.

Pastor: Miguel Moreno

Lecturas: Salmo 34: 15-22; Josué 24: 1-2a, 14-18; Efesios 6: 10-20; Juan 6: 56-69

Tema de hoy: Palabras de Vida Eterna

Himnos: 06, 130, 305, 325, 665

Nuestra reflexión para el día de hoy Decimotercer Domingo Después de Pentecostés, está basada en el pasaje del evangelio que se encuentra en: Juan 6: 56-69 y es del siguiente tenor:

El que come mi carne y bebe mi sangre, vive unido a mí, y yo vivo unido a él. El Padre, que me ha enviado, tiene vida, y yo vivo por él; de la misma manera, el que se alimenta de mí, vivirá por mí. Hablo del pan que ha bajado del cielo. Este pan no es como el maná que comieron los antepasados de ustedes, que a pesar de haberlo comido murieron; el que come de este pan, vivirá para siempre.

Jesús enseñó estas cosas en la sinagoga en Cafarnaúm.

Al oír estas enseñanzas, muchos de los que seguían a Jesús dijeron:

—Esto que dice es muy difícil de aceptar; ¿quién puede hacerle caso?

Jesús, dándose cuenta de lo que estaban murmurando, les preguntó:

—¿Esto les ofende? ¿Qué pasaría entonces, si vieran al Hijo del hombre subir a donde antes estaba? El espíritu es el que da vida; lo carnal no sirve para nada. Y las cosas que yo les he dicho son espíritu y vida. Pero todavía hay algunos de ustedes que no creen.

Es que Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién era el que lo iba a traicionar. Y añadió:

—Por esto les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.

Desde entonces, muchos de los que habían seguido a Jesús lo dejaron, y ya no andaban con él. Jesús les preguntó a los doce discípulos:

—¿También ustedes quieren irse?

Simón Pedro le contestó:

—Señor, ¿a quién podemos ir? Tus palabras son palabras de vida eterna. Nosotros ya hemos creído, y sabemos que tú eres el Santo de Dios.

Oración del día

Santo Dios, tu palabra alimenta a tu pueblo con vida eterna. Dirige nuestras elecciones y consérvanos en tu verdad, para que, renunciando a lo falso y a lo malo, vivamos en ti, por tu Hijo, Jesucristo, nuestro Salvador y Señor.

Aclamación al Evangelio

Aleluya. Señor, ¿a quién podemos ir? Tus palabras son palabras de vida eterna. Aleluya. (Juan 6:68)

Sermón

La predicación para hoy incluye dos versículos que vimos el pasado domingo en los cuales observamos y aprendimos que:

Jesús enseña acerca de la Santa Cena del Señor, Partimiento del Pan, Eucaristía o Santa Comunión, según los nombres con que se le conoce.

Nuestro Señor Jesucristo, manifiesta y nos adoctrina que: el que se alimenta por su Palabra (no sólo de pan vivirá el Hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios) y participa de la Santa Cena del Señor, vivirá en perfecta unión con él, al igual que él vive en perfecta unión con Nuestro Padre celestial.

En esos dos versículos, Jesús vuelve a cotejar y explicarles a sus paisanos, que no hagan de la tradición del pan comido en el desierto una reliquia, ya que, todos los que comieron ese pan solamente se llenaron el estómago, pero finalmente murieron.

El maestro nos ilustra amplia y sencillamente que: su pan, que es él mismo dándose en su Palabra, en la cruz del Calvario y en la Santa Cena del Señor, nos proporciona con plena seguridad, que viviremos eternamente, eso sí, desde este mismo momento histórico, desde que creamos con corazones limpios y sinceros, que Jesús es nuestro único Salvador confiable y perfecto.

En este pasaje también se puede apreciar, como la piedra que desecharon los edificadores ha llegado a ser la piedra principal.

El Apóstol Pedro en: 1 Pedro 2:4-5 nos explica qué fue lo que le sucedió al auditorio que muestra esta lectura para el día de hoy. Veamos.

Acérquense, pues, al Señor, la piedra viva que los hombres desecharon, pero que para Dios es una piedra escogida y de mucho valor. De esta manera, Dios hará de ustedes, como de piedras vivas, un templo espiritual, un sacerdocio santo, que por medio de Jesucristo ofrezca sacrificios espirituales, agradables a Dios.”

Estos israelitas, desecharon a la piedra viva. Les parecía una locura lo que revelaba Dios.

Jesús les dice que, si murmuran por lo que les estoy diciendo, que será entonces si vieran subir al Hijo de Dios a donde antes estaba.

Estos señores escuchaban la predicación con mente carnales; mas no espirituales.

Podemos observar, si lo hacemos con cuidado, que; Dios sabe quien lo sigue y sirve en Espíritu y verdad, y quien NO. Dios no puede ser engañado.

Cada uno de nosotros que ha llegado a creer en Jesús, lo ha logrado porque Dios Padre se lo envió a su Hijo, Jesús.

Entonces, los hipócritas, la cizaña que había crecido alrededor de Jesús, se fue, se separó de él, porque se vio descubierta.

Así sucede mucho en nuestras iglesias hoy en día. Las personas se cansan de fingir, y un día cualquiera, ya no aparecen ni en esa iglesia a la que asistían, ni en ninguna otra más.

Y como nadie puede estar junto a Jesús por obligación, interés mezquino o apariencias sociales etc.; nuestro Señor les preguntó frontalmente ¿y ustedes, también quieren irse?

Y Pedro respondió como deberíamos respondernos nosotros a diario, cuando la tentación y la duda nos acosen, y sin necesidad que alguien nos pregunte.

«Señor, ¿a quién puedo ir? Tus palabras son palabras de vida eterna. Yo ya he creído, y sé que tú eres el Santo de Dios»

Oremos: Dios Padre eterno, te rogamos con nuestros corazones dispuestos, que siempre nos hagas reconocer, que no podemos ir a nadie más, porque sólo tú eres la Palabra de vida eterna para nosotros.

Amén. Dios los bendiga, y recuerden. ¡¡Sólo Dios Salva!!

 

 

Vivamos Unidos a Jesús

 

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15 de agosto 2021

Duodécimo Domingo Después de Pentecostés.

Pastor: Miguel Moreno

Lecturas: Salmo 34: 9-14; Proverbios 9: 1-6; Efesios 5: 15-20; Juan 6: 51-58

Tema de hoy: Vivamos Unidos a Jesús

Himnos: 05, 129, 304, 324, 663

Nuestra reflexión para el día de hoy Duodécimo Domingo Después de Pentecostés, está basada en el pasaje del evangelio que se encuentra en: Juan 6: 51-58 y es del siguiente tenor:

“«Yo soy ese pan vivo que ha bajado del cielo; el que come de este pan, vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi propia carne. Lo daré por la vida del mundo.»

Los judíos se pusieron a discutir unos con otros:

—¿Cómo puede éste darnos a comer su propia carne?

Jesús les dijo:

—Les aseguro que, si ustedes no comen la carne del Hijo del hombre y beben su sangre, no tendrán vida. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo lo resucitaré en el día último. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, vive unido a mí, y yo vivo unido a él. El Padre, que me ha enviado, tiene vida, y yo vivo por él; de la misma manera, el que se alimenta de mí, vivirá por mí. Hablo del pan que ha bajado del cielo. Este pan no es como el maná que comieron los antepasados de ustedes, que a pesar de haberlo comido murieron; el que come de este pan, vivirá para siempre.

Oración del día

Dios amoroso, tu Hijo se da a sí mismo como pan vivo para la vida del mundo. Llénanos con tal conocimiento de su presencia que podamos ser fortalecidos y sostenidos por su vida resucitada para servirte continuamente, a través de Jesucristo, nuestro Salvador y Señor.

Aclamación al Evangelio

Aleluya. El que come mi carne y bebe mi sangre, vive unido a mí, y yo vivo unido a él.  Aleluya. (Juan 6:56)

Sermón

El evangelista Juan, continúa la exposición narrativa que viene desde la alimentación de multitudes, hasta la revelación que de manera paulatina efectúa Jesús; talvez pensando en la insensatez del alma y mente de sus escuchas.

Podemos pensar por un momento, que Jesús tenía sobreentendido que su auditorio, poseía más allá de un pensamiento tradicionalista embotado, corazones vacíos, que solamente creían en los rangos sociales, que proporcionaban estatus de superioridad; mas la humildad, relucía por su ausencia.

El leccionario programado para hoy, nos indica empezar en el versículo 51, el mismo en donde quedamos el pasado domingo; y esto es así, para marcarnos la atención y recordar en donde habíamos quedado.

Comer de Jesús significa tener fe completa y sincera de que él es Dios, y este creer da la vida eterna.

Esto es de sencilla comprensión para todos nosotros hoy en día. Pero deberíamos tratar de entender el pensamiento, que tenían los lideres y el mismo pueblo de Israel.

Esta nación se encontraba bajo la ocupación y dominio férreo de una potencia-imperio, el romano; que los sometía con ordenanzas e impuestos inhumanos y casi impagables.

Luego de tantos siglos sin el advenimiento de profeta alguno, por supuesto que esperaban el Mesías prometido por Jehová, el Hijo de David; un reino que no tendría fin.

Sus sufridas vidas deseaban con ansias un vengador, que con un ejercito de hombres, les quitara ese yugo tan fuerte que representaba el dominio romano, y de esta manera vivir vidas apacibles y abundantes en todos los sentidos.

Es necesario decir, que en sus mentes no veían en Jesús de Nazaret, el hijo de José y María, al líder aguerrido y sanguinario que deseaban, para emprender su venganza a magnitudes invencibles.

Mucho menos, entendían que Jesús prometiera dar su cuerpo por la vida del mundo.

Las palabras de Nuestro Señor Jesús, apuntaban hacia la cruz del Calvario. Un sacrifico de amor perfecto, por los pecados de todos quienes habitamos este mundo.

La pregunta que se hacen de: cómo puede este darnos a comer de su cuerpo, tiene semejanza a la que le hacen Nicodemo y la mujer de Samaria.

¿Cómo puede un hombre volver a ingresar al vientre de su madre para volverá nacer? —dijera Nicodemo en forma expectante al Señor.

¿Señor de dónde vas a darme agua viva? —preguntó dubitativamente, la mujer samaritana en su oportunidad.

En el texto que nos ocupa hoy, Jesús los intriga aún más porque, en pocas palabras les dice y asegura «Miren señores, si no comen mi cuerpo y beben mi sangre…ustedes definitiva e irremediablemente morirán»

Pero, el que hace lo que les estoy diciendo que hagan: tendrá vida eterna porque Yo, lo resucitaré en el día final; es decir, será vuelto a la vida para existencia eterna; mas ustedes, que no creen, serán resucitados para muerte y eterna perdición.

Seguidamente, empieza Jesús a hablar acerca de la Santa Cena del Señor, Partimiento del Pan, Eucaristía o Santa Comunión, según los nombres con que se le conoce.

El que se alimenta de Jesús por su Palabra (no sólo de pan vivirá el Hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios) y participa de la Santa Cena del Señor, vivirá en perfecta unión con él, al igual que Jesús vive en perfecta unión con Nuestro Padre celestial.

Por último, Jesús vuelve a comparar y aclararles a sus conciudadanos, que no hagan de la tradición del pan comido en el desierto una reliquia, ya que, todos los que comieron ese pan solamente se llenaron el estómago, pero murieron.

Su pan, que es, él mismo dándose en su Palabra, en la cruz del Calvario y en la Santa Cena del Señor, nos otorga con plena seguridad, que viviremos eternamente, eso sí, desde ya, desde que creamos con corazones limpios y sinceros, que Jesús es nuestro único Salvador confiable y perfecto.

Oremos: Dios Padre eterno, te pedimos con humildad y la sabiduría que sólo tu nos das, que siempre estemos deseosos de leer tu Palabra, y participar de la Santa Cena de Nuestro Señor Jesucristo, para desde hoy vivir la vida eterna y, en el día final ser resucitados para vida abundante en tu presencia.

Amén. Dios los bendiga, y recuerden. ¡¡Sólo Dios Salva!!

 

 

La Justificación Para Los Luteranos

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He creído necesario, hacer un resumen acerca de lo que cree la doctrina luterana acerca de la justificación, que, si bien no constituye la totalidad de sus enseñanzas, representa una parte importante de su doctrina manifestada en su tiempo histórico.

 

LA CONFESION DE FE DE AUGSBURGO 1530

Artículo IV:

 

La Justificación

 

Enseñamos también que no podemos obtener el perdón de los pecados y la justicia delante de Dios por nuestro propio mérito, por nuestras obras o por nuestra propia fuerza, sino que obtenemos el perdón de los pecados y la justificación por pura gracia por medio de Jesucristo y la fe. Pues creemos que Jesucristo ha sufrido por nosotros y que gracias a Él nos son dadas la Justicia y la vida eterna. Dios quiere que esta fe nos sea imputada por justicia delante de Él como lo explica Pablo en los capítulos 3 y 4 de la carta a los Romanos.

 

APOLOGIA DE LA CONFESION DE AUGSBURGO

Art. IV. (II.)

De La Justificación.

 

1] Nuestros adversarios nos condenan en el Cuarto, Quinto, Sexto, y después en el Artículo Vigésimo, porque enseñamos que los hombres consiguen remisión de pecados, no por sus propios méritos, sino por gracia, por la fe en Cristo. Nos condenan a la vez, por negar que los hombres consiguen remisión de pecados por sus méritos propios, y por afirmar que son justificados por la fe en Cristo.

2] Como se plantea en esta controversia la cuestión principal de la doctrina cristiana, pues es la que esclarece y amplifica el honor de Cristo y lleva a las conciencias piadosas necesario y abundantísimo consuelo, pedimos a Su Majestad Imperial que nos escuche con clemencia en tan importantes materiales.

3] Y como nuestros adversarios no entienden lo que es la remisión de pecados, ni la fe, ni la gracia, ni la justificación, pervierten miserablemente esta cuestión, obscurecen la gloria y los beneficios de Cristo y privan a las conciencias piadosas de los consuelos que se ofrecen en Cristo. 4] Y para poder confirmar la posición de nuestra Confesión y deshacer los argumentos que nos oponen nuestros adversarios, deben tratarse primero ciertas cuestiones, con el fin de conocer las fuentes de uno y otro género de doctrina, es decir, la de nuestros adversarios y la nuestra propia.

5] Toda la Escritura debe dividirse en estas dos cuestiones principales: la ley y las promesas. En efecto, a veces, presenta la ley, y otras veces presenta la promesa referente a Cristo, a saber, cuando promete que Cristo ha de venir, y promete por mediación suya remisión de pecados, justificación y vida eterna, o cuando en el Evangelio, ya venido Cristo, promete remisión de pecados, justificación y vida eterna.

6] Llamamos ley en esta controversia a los Diez Mandamientos del Decálogo, dondequiera que se lean en la Escritura. Nada decimos de momento de las ceremonias y leyes judiciales de Moisés.

7] De estas dos partes, nuestros adversarios escogen la ley, porque la razón humana entiende por naturaleza la ley de alguna manera (pues tiene el mismo juicio por Dios en la mente), y por la ley buscan remisión de pecados y justificación.

8] Mas el Decálogo requiere, no sólo las obras exteriores civiles, que la razón de algún modo puede hacer, sino que requiere también otras cosas puestas muy por encima de la razón, a saber, temer verdaderamente a Dios, amar a Dios verdaderamente, invocar a Dios verdaderamente, convencerse verdaderamente de que Dios nos oye, y esperar la ayuda de Dios en la muerte y en todas nuestras aflicciones. Finalmente, requiere obediencia a Dios, en la muerte y en nuestras aflicciones, para que no huyamos de ellas y las rechacemos cuando Dios nos las impone.

9] Siguiendo aquí a los filósofos, los escolásticos enseñan que tan sólo la justicia de la razón, sin el Espíritu Santo, puede amar a Dios sobre todas las cosas. Porque mientras el ánimo está tranquilo, y no siente la ira o el juicio de Dios, puede imaginar que desea amar a Dios, que desea hacer el bien por Dios. Así es como enseñan que los hombres consiguen remisión de pecados, haciendo lo que es debido, esto es, cuando la razón, doliéndose del pecado, hace acto de amar a Dios, y obra el bien por Dios.

10] Y como esta creencia halaga por naturaleza a los hombres, origina e incrementa en la Iglesia muchos ritos, como los votos monásticos, los abusos de la Misa, y como consecuencia de esta creencia, unos y otros se han dedicado a inventar ritos y observancias.

11] Y para aumentar la confianza en semejantes obras han declarado que Dios, no por coacción, sino por la inmutabilidad misma de sus leyes, concede necesariamente la gracia a quien así actúa.

12] Hay en esta creencia muchos errores grandes y perniciosos que sería prolijo enumerar. Piense el prudente lector tan sólo esto: si verdaderamente es ésta la justicia cristiana, ¿qué diferencia hay entre la filosofía y la doctrina de Cristo? Si conseguimos remisión de pecados por medio de actos espontáneos, ¿de qué provecho nos es Cristo? Si podemos justificarnos por nuestra razón, o por las obras de nuestra razón, ¿qué necesidad tenemos de Cristo o de regeneración?

13] A causa de estas opiniones la discusión ha llegado al extremo de que muchos hacen burla de nosotros, porque enseñamos que es preciso buscar una justificación distinta de la mera justificación filosófica.

14] Nos hemos enterado de que algunos, dejando a un lado el Evangelio, han explicado la ética de Aristóteles en vez del sermón. Y no iban muy equivocados, si es verdad lo que defienden nuestros adversarios. Como Aristóteles ha escrito tan eruditamente en materia de ética, nada hay ya que indagar sobre ella.

15] Vemos que circulan libros en los que se comparan palabras de Cristo con sentencias de Sócrates, de Zenón y de otros, como si Cristo hubiese venido al mundo a promulgar leyes por medio de las cuales pudiéramos conseguir remisión de pecados, y no la tuviésemos por su gracia y por sus propios méritos.

16] Por tanto, si aceptamos la doctrina de nuestros adversarios según la cual conseguimos remisión de pecados y justificación por las obras de nuestra razón, no hay ninguna diferencia entre la justicia filosófica, ciertamente farisaica, y la justicia cristiana.

17] Si bien nuestros adversarios, para no olvidar del todo a Cristo, exigen el conocimiento de la historia de Cristo, y admiten que por su mérito se nos ha infundido cierto hábito, o como ellos dicen, prima gratia, una primera gracia, que consideran como una inclinación a amar a Dios con más fervor, conceden no obstante muy poco a este hábito, porque piensan que los actos de la voluntad siguen siendo de la misma especie antes y después de recibir dicho hábito. Imaginan que la voluntad puede amar a Dios, pero que este hábito la mueve a hacerlo con más fervor. Afirman que conseguimos primero este hábito por previos merecimientos, y que conseguimos después por las obras de la ley un aumento de este hábito, y vida eterna.

18] Así es como entierran a Cristo, para que los hombres no puedan beneficiarse de El como de un Mediador, seguros de que por su mediación consiguen, por gracia, remisión de pecados y justificación, y sueñen al contrario que por medio de su propio cumplimiento de la ley merecen perdón de pecados, y que por medio de este mismo cumplimiento de la ley son justificados delante de Dios, siendo así que nunca se satisface a la ley cuando la razón ejecuta sólo actos civiles, sin temer a Dios y sin creer que Dios se preocupa de ello. Por mucho que hablen de ese hábito, ni puede haber en los hombres amor de Dios sin la justicia de la fe, ni puede entenderse lo que es amor de Dios.

19] La distinción que inventan entre el meritum congrui, o mérito debido, y el meritum condigni, o mérito verdadero y completo, es tan sólo una artimaña para no dar la impresión de que siguen a Pelagio. Porque si Dios concede la gracia necesariamente por el meritum congrui, o mérito debido, ya no es meritum congrui, sino meritum condigni, o mérito verdadero y completo. Pero no saben lo que dicen. Cuando ya existe ese hábito de amor, imaginan que el hombre puede conseguir mérito de condigne. Pero por otra parte quieren que dudemos de que haya hábito. ¿Cómo sabrán pues si consiguen mérito de congruo o de condigno, es decir, en parte o por completo?

20] Pero todo esto ha sido inventado por hombres ociosos, que no saben cómo se consigue remisión de pecados, ni cómo se aleja de nosotros la confianza en nuestras obras cuando se trata del juicio de Dios o de los temores de nuestra conciencia. Hipócritas seguros de sí mismos, piensan siempre que merecen de condigno, con mérito completo y verdadero, posean o no ese hábito, porque los hombres confían por naturaleza en su propia conciencia, pero las conciencias atemorizadas vacilan y dudan, y buscan y acumulan obras distintas para tranquilizarse. Nunca creen que merecen de condigno, y caen en la desesperación si no oyen que, además de la doctrina de la ley, tienen el Evangelio de la remisión gratuita de los pecados y de la justicia de la fe.

21] Así pues, nuestros adversarios no enseñan más que la justicia de la razón, que es ciertamente la justicia de la ley, y en ella se miran como se miraban los judíos en la velada faz de Moisés, y esos hipócritas seguros de sí mismos piensan satisfacer a la ley, y excitan la presunción y la confianza vana en nuestras obras y el desprecio de la gracia de Cristo. Llevan a la desesperación las conciencias atemorizadas, porque como obran en la duda nunca pueden hacer experiencia de lo que es la fe y de cuan grande es su eficacia, terminando así por desesperarse del todo.

22] En lo que a nosotros se refiere, nuestra opinión acerca de la justicia de la razón es como sigue: Dios la requiere, y por este mandamiento de Dios han de hacerse necesariamente las obras buenas que ordena el Decálogo, como dice Pablo, Gal. 3,24: La ley es pedagogo; y asimismo, 1ª Tim. 1,9; La ley es puesta para los injustos. Dios quiere sujetar a los hombres carnales a esa disciplina civil, y para mantenerla les ha dado leyes, letras, doctrina, magistrados y penas.

23] La razón puede conseguir esta justicia por sus propias fuerzas, si bien fracasa a menudo por su natural flaqueza, y el diablo la incita a cometer delitos manifiestos.

24] Tributamos de buena gana a esta justicia de la razón las alabanzas que merece; la naturaleza corrompida no tiene otro bien mayor que éste, y con razón dice Aristóteles que: Ni el lucero vespertino ni el matutino es más hermoso que la justicia. Dios la honra con recompensas corporales, pero no debe ensalzarse en perjuicio de Cristo.

25] Falso es, pues, que por nuestras obras conseguimos perdón de pecados.

26] Falso es, asimismo, que los hombres son justificados delante de Dios por la justicia de la razón.

27] Falso es también que la razón puede por sus propias fuerzas amar a Dios sobre todas las cosas y cumplir la ley de Dios, es decir, temer a Dios, creer verdaderamente que Dios escucha nuestra oración, desea obedecer a Dios en la muerte y en cuanto dispone, no apetecer bienes ajenos, etc., aunque la razón puede cumplir las obras civiles.

28] Falso y ofensivo a Cristo es asimismo pretender que no pecan los hombres que cumplen los mandamientos de Dios sin haber conseguido la gracia.

29] Para confirmar nuestro sentir, tenemos testimonios, no sólo en la Escritura, sino en los Padres. Agustín disputa muy largamente contra los pelagianos, insistiendo en que la gracia no se consigue por nuestros propios méritos. En su obra De la naturaleza y de la gracia, dice: Si la capacidad natural, por medio del libre albedrío, es suficiente para saber cómo se ha de vivir, y para vivir rectamente, Cristo murió en vano, y resulta inútil el escándalo de la Cruz. ¿Cómo no voy a clamar aquí también?

30] Clamaré, y con cristiano dolor los increparé, diciendo: Vacíos sois de Cristo, pues os habéis justificado por la naturaleza, y habéis caído de la gracia, Gal. 5, 4; cf. 2, 21. Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la vuestra propia, no os sujetáis a la justicia de Dios. Porque así como Cristo es el fin de la ley, así también Cristo es el Salvador de la viciosa naturaleza humana, para justificación de todo aquel que cree, Rom. 10, 3,4.

31] Y asimismo, Juan, 8,36: Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres. No podemos, pues, por la razón, libertarnos de nuestros pecados, ni conseguir perdón de pecados. Y en Juan, 3, 5, escrito está: El que no naciere otra vez de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Luego si es necesario nacer otra vez del Espíritu Santo, la justicia de la razón no nos justifica delante de Dios, y no cumple la ley.

32] Y en Rom. 3,23: Todos están destituidos de la gloria de Dios, esto es, carecen de la sabiduría y de la justicia de Dios, que conoce y glorifica a Dios. Asimismo, Rom. 8, 7, 8: Por cuanto la intención de la carne es enemistad contra Dios; porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede. Así que, los que están en la carne no pueden agradar a Dios.

33] Estos testimonios son tan claros, que no necesitan, para decirlo con Agustín cuando trata del asunto, de un inteligente agudo, sino de un oyente atento. Si la intención de la carne es enemistad contra Dios, es seguro que la carne no ama a Dios: si no puede sujetarse a la ley de Dios, no puede tampoco amar a Dios. Si la intención de la carne es enemistad contra Dios, peca asimismo la carne cuando hacemos los actos civiles externos. Si no puede sujetarse a la ley de Dios, peca de seguro, aun cuando tenga en su haber obras excelentes y dignas de alabanza según la opinión humana.

34] Nuestros adversarios consideran sólo los preceptos de la segunda Tabla de la Ley, pues son los que se refieren a la justicia civil, que la razón entiende. Y contentándose con ésta, piensan que cumplen la ley de Dios. No se fijan en la primera Tabla, que nos manda amar a Dios, estar profundamente convencidos de que Dios se enoja con el pecado, temer verdaderamente a Dios, estar verdaderamente seguros de que Dios escucha nuestra oración. Pero el corazón humano sin el Espíritu Santo desprecia el juicio de Dios, huye de Dios y odia a Dios cuando le castiga y le juzga.

35] Por tanto, no obedece a la primera Tabla. Y como el desprecio de Dios, la duda de la Palabra de Dios y de las amenazas y promesas de Dios están hincados en la naturaleza humana, los hombres pecan verdaderamente, aunque hagan buenas obras sin el Espíritu Santo, porque las hacen con el corazón impío, según se lee en Rom. 14,23: Todo lo que no es de fe, es pecado. Porque los tales obran con desprecio de Dios, como Epicuro, que se niega a creer que Dios cuida de él, le mira y le escucha. Este desprecio adultera todas las obras que parecen virtuosas, porque Dios juzga los corazones.

36] Por último, escriben nuestros adversarios, con muchísima imprudencia, que los hombres, dignos de eterna ira, consiguen remisión de pecados por un acto espontáneo de amor, que procede de su propio espíritu, siendo imposible amar a Dios si la remisión de pecados no se aprehende antes por la fe. Porque no puede el corazón humano, que verdaderamente sabe que Dios está enojado, amar a Dios, si Dios no se le manifiesta aplacado. Mientras nos llena de temor, y parece que nos arroja a la muerte eterna, no puede la naturaleza humana cobrar aliento, y amar al airado que juzga y castiga.

37] Es fácil para los hombres ociosos imaginar estos sueños de amor y pensar que un reo de pecado mortal puede amar a Dios sobre todas las cosas, porque no saben lo que es la ira o el juicio de Dios. Pero en su angustia y en sus luchas la conciencia experimenta la vanidad de esas especulaciones filosóficas.

38] Pablo dice, Rom. 4, 15: Porque la ley obra ira. No dice que por la ley consiguen los hombres perdón de pecados. Porque la ley siempre acusa y llena de temor a las conciencias. Y así, no justifica, porque la conciencia, estremecida por el temor de la ley, huye del juicio de Dios. Yerran, pues, quienes esperan conseguir perdón de pecados por la ley y por las obras.

39] Basta lo dicho sobre la justicia de la razón o de la ley que enseñan nuestros adversarios. Porque dentro de poco, cuando expongamos nuestro sentir sobre la justicia de la fe, el asunto mismo nos llevará a citar muchos testimonios que contribuirán también a deshacer los errores de nuestros adversarios que ha poco hemos examinado.

40] Como los hombres no pueden por sus propias fuerzas cumplir la ley de Dios, están sumidos en el pecado y son reos de eterna ira y muerte, no podemos libertarnos del pecado ni ser justificados por la ley, pero nos ha sido concedida la promesa de remisión de pecados y de justificación por medio de Cristo, entregado por nosotros para expiar los pecados del mundo y elegido Mediador y Propiciador.

41] Y esta promesa no se sujeta a la condición de nuestros méritos, sino que ofrece, por gracia, remisión de pecados y justificación, como lo dice Pablo, Rom. 11,6: Si por las obras, ya no es gracia, y en otro lugar, Rom. 3,21: Sin la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, esto es, se ofrece de gracia remisión de pecados. Tampoco depende de nuestros méritos la reconciliación. 42] Porque si la remisión de pecados dependiese de nuestros méritos, y la reconciliación dependiese de la ley, el resultado sería inútil. Porque como no cumplimos la ley, se seguiría que la promesa de reconciliación no podría cumplirse nunca para nosotros, Así argumenta Pablo, Rom. 4,14: Porque si los que son de la ley son los herederos, vana es la fe, y anulada es la promesa. Porque si la promesa pidiese el requisito de nuestros méritos y de la ley, como no cumplimos nunca la ley, seguiríase que la promesa es inútil.

43] Pero como la justificación se verifica gratuitamente, por la promesa, síguese que no podemos justificarnos a nosotros mismos. De otro modo, ¿qué necesidad habría de promesa? Y como la promesa no puede aprehenderse sin la fe, el Evangelio, que es propiamente la promesa del perdón de pecados y de justificación por medio de Cristo, proclama la justificación por la fe, que la ley no enseña. Y tampoco es ésta la justicia de la ley.

44] La ley requiere nuestras obras y nuestra perfección. Pero la promesa nos ofrece, por gracia, a los oprimidos por el pecado y la muerte reconciliación por medio de Cristo, que se consigue, no por las obras, sino por la fe. Esta fe no ofrenda a Dios nuestra confianza en méritos propios, sino tan sólo confianza en la promesa o en la misericordia prometida en Cristo.

45] Así pues, esta fe especial, por la que cada uno cree que le son perdonados los pecados por medio de Cristo, y que Dios se ha aplacado y le es propicio por medio de Cristo, consigue remisión de pecados y le justifica. Y como en nuestro arrepentimiento, es decir, en nuestros terrores esta fe nos consuela y levanta nuestros corazones, también nos regenera y nos concede el Espíritu Santo, para que podamos cumplir después la ley de Dios, esto es, amar a Dios, temer verdaderamente a Dios, estar convencidos de que Dios escucha nuestra oración, obedecer a Dios en todas nuestras aflicciones, mortificar nuestra concupiscencia, etc.

46] Así pues, la fe que acepta gratuitamente el perdón de pecados, opone a la ira de Dios a Cristo, el Mediador y el Propiciador, y no le opone nuestros méritos o nuestro amor. Esta fe es un conocimiento verdadero de Cristo, saca provecho de los beneficios de Cristo, regenera los corazones y precede al cumplimiento de la ley.

47] Y, sin embargo, sobre esta fe no hay escrita ni una sílaba en la doctrina de nuestros adversarios. Censuramos, por tanto, a nuestros adversarios, porque sólo enseñan la justicia de la ley, y no enseñan la justicia del Evangelio, que proclama la justificación por la fe en Cristo.

¿QUE ES UNA FE QUE JUSTIFICA?

 

48] Nuestros adversarios se imaginan que la fe es sólo un conocimiento de la historia, y por eso enseñan que puede coexistir con el pecado mortal. Pero la fe que justifica no es sólo un conocimiento de la historia, sino aceptar la promesa de Dios de que, por gracia, por medio de Cristo, se consigue remisión de pecados y justificación. Y para que nadie suponga que es sólo un conocimiento, repetiremos de nuevo: desear y aceptar la promesa del perdón de pecados y de la justificación.

49] Fácilmente puede verse la diferencia que existe entre esta fe y la justicia de la ley. La fe es una o servicio divino, que recibe de Dios beneficios prometidos: la justicia de la ley es una o servicio divino, que presenta a Dios nuestros propios méritos. Por la fe, Dios quiere que se le adore de este modo: recibiendo de El todo cuanto nos ha prometido y nos ofrece.

50] Fe significa no sólo conocimiento de la historia, sino esta otra fe que acepta la promesa, y claramente lo atestigua Pablo, cuando dice, Rom. 4, 16: Por tanto es por la fe, para que la promesa sea firme. Piensa, pues, que la promesa no puede aceptarse sin la fe. Y por eso pone en estrecha relación y junta la promesa con la fe.

51] Aunque fácilmente se podrá entender lo que es la fe si consideramos el Credo, donde consta el artículo de: La remisión de pecados. No es, pues, suficiente creer que Cristo nació, padeció, y resucitó, sino que es preciso añadir el mencionado artículo, que constituye la causa final de la historia: La remisión de pecados. Y a este artículo hay que referir los demás, a saber, que, por medio de Cristo, y no por nuestros méritos se nos concede perdón de pecados.

52] ¿Qué necesidad había de que Cristo fuera entregado por nuestros pecados si nuestros méritos son capaces de expiar nuestros pecados?

53] Cuantas veces, pues, hablamos de la fe que justifica, ha de entenderse que concurren en ella estos tres objetos: la promesa, que se hace gratuitamente, y los méritos de Cristo como precio y propiciación. La promesa se recibe por la fe. El que sea hecha gratuitamente excluye nuestros méritos, y significa que tan sólo por misericordia se ha ofrecido el beneficio. Los méritos de Cristo constituyen el precio, porque es menester que haya propiciación por nuestros pecados.

54] La Escritura implora con frecuencia misericordia. Y los Santos Padres dicen muchas veces que somos salvos por misericordia.

55] Cuantas veces, pues, se hace mención de la misericordia, ha de entenderse que se requiere la fe que acepta la promesa de misericordia. Repitámoslo: cuantas veces hablamos de la fe, queremos que se entienda su objeto, a saber, la misericordia prometida.

56] La fe no justifica o salva porque de por sí sea una obra digna, sino tan sólo porque acepta la misericordia prometida.

57] Y este culto, o servicio divino, esta se ensalza a cada paso en los Profetas y en los Salmos, aunque la ley no enseña la remisión gratuita de los pecados. Pero los padres conocían la promesa referente a Cristo, y sabían que Dios deseaba perdonar los pecados por medio de Cristo. Y así, comprendiendo que Cristo era el precio que había que pagar por nuestros pecados, sabían que nuestras obras no eran precio para expiación tan grande. Por eso aceptaban por la fe la misericordia gratuita y la remisión de pecados, como hacen los santos en el Nuevo Testamento.

58] A esto se refieren las frecuentes declaraciones acerca de la misericordia y de la fe en los Salmos y en los Profetas, como ésta, Sal. 130, 3 sg: Sí mirares a los pecados, ¿quién, oh Señor, podrá mantenerse? Aquí confiesa David sus pecados, y no alega sus méritos. Y añade: Empero hay perdón cerca de ti. Aquí pone su confianza en la misericordia de Dios, y cita la promesa: En su palabra he esperado. Mi alma espera a Jehová, es decir, como has prometido perdón de pecados, me sustento con esta tu promesa.

59] Así pues, los Padres también eran justificados, no por la ley, sino por la promesa y la fe. Y es sorprendente que nuestros adversarios debiliten la fe de este modo, viendo que por doquier se la ensalza como si fuera el culto principal. Así en Sal. 50, 15: Invócame en el día de la angustia y yo te libraré.

60] Así es como Dios quiere que se le conozca y que se le adore, y recibamos de Él sus beneficios, y los recibamos por su misericordia, y no por nuestros méritos. Este es el mayor consuelo en todas las tribulaciones. Nuestros adversarios anulan estos consuelos cuando debilitan y vituperan a la fe, y enseñan sólo que los hombres tratan con Dios por medio de sus propias obras y sus propios méritos

 QUE LA FE EN CRISTO JUSTIFICA

61] Primero, para que nadie piense que hablamos del vano conocimiento de la historia, diremos cómo nace la fe. Después, mostraremos a la vez cómo justifica y cómo debemos entender esto, y rebatiremos los argumentos de nuestros adversarios.

62] En el capítulo último de Lucas, 24, 47, manda Cristo: que se predicase en su nombre el arrepentimiento y la remisión de pecados. El Evangelio convence pues a todos los hombres de que están bajo el pecado, de que todos son culpables y merecen eterna ira y muerte, y ofrece por medio de Cristo remisión de pecados y justificación que se aceptan por la fe. La predicación del arrepentimiento que nos lo proclama, estremece las conciencias con auténticos y graves temores. En estos temores, los corazones tienen que conseguir de nuevo el consuelo. Y lo consiguen si creen en la promesa de Cristo, a saber, que por su mediación conseguimos perdón de pecados. Esta fe, que anima y consuela en estos terrores, consigue remisión de pecados, justifica y vivifica. Porque este consuelo es una vida nueva y espiritual.

63] Estas cosas son claras y manifiestas, y pueden ser entendidas por las personas piadosas, y las refuerzan los testimonios de la Iglesia. Nuestros adversarios no pueden decir en ningún lugar cómo se nos concede el Espíritu Santo. Imaginan que los Sacramentos confieren el Espíritu Santo ex opere operato, sin necesidad de un movimiento bueno por parte de quien los recibe, como si el don del Espíritu Santo fuese una cosa vana.

64] Pero como hablamos de una fe que no es un vano pensamiento, sino que libra de la muerte y origina en los corazones una vida nueva, y es obra del Espíritu Santo, no coexiste con el pecado mortal, sino que mientras se manifiesta lleva buenos frutos, como después lo diremos.

65] ¿Puede decirse nada más claro y más sencillo sobre la conversión del impío o el modo en que se efectúa su regeneración? Muéstrennos un solo comentario en las Sentencias [de Pedro Lombardo] o en la muchedumbre de sus escritos que diga algo acerca del modo en que se efectúa la regeneración.

66] Cuando hablan del hábito de amor imaginan que los hombres lo consiguen por medio de sus obras, y no enseñan que se consigue por la Palabra, como lo enseñan precisamente ahora los anabaptistas.

67] Pero con Dios no se puede tratar, ni a Dios se le puede aprehender sino por la Palabra. Por tanto, la justificación se hace por la Palabra, como lo dice Pablo, Rom. 1, 16: El Evangelio es potencia de Dios para salud a todo aquel que cree. Y asimismo, Rom. 10, 17: La fe es por el oír. Y de aquí puede inferirse la prueba de que la fe justifica, porque si la justificación se efectúa tan sólo por la Palabra, y la Palabra tan sólo por la fe se aprehende, síguese que la fe justifica.

68] Pero hay otras razones distintas y más importantes. Nos hemos referido a éstas hasta ahora para mostrar el modo en que se efectúa la regeneración, y para que pudiera entenderse la clase de fe de que hablamos.

69] Demostraremos ahora que la fe justifica. En primer lugar, deben los lectores advertir aquí que, así como hay que mantener la afirmación de que Cristo es Mediador, así también hay que mantener la de que la fe justifica. En efecto, ¿cómo puede ser Cristo Mediador si en la justificación no acudimos a El como Mediador, si no creemos que por medio de El somos Justificados? Pero creer es confiar en los méritos de Cristo y estar seguros de que por medio de El desea Dios reconciliarse con nosotros.

70] Y así como hay que sostener que, además de la ley, es indispensable la promesa de Cristo, así también hay que sostener que la fe justifica. Porque la ley no puede cumplirse sin haber recibido antes el Espíritu Santo. Es, pues, preciso sostener que la promesa de Cristo es indispensable. Pero ésta no puede ser aceptada sino por la fe. Por tanto, quienes niegan que la fe justifica no enseñan más que la ley, y han anulado el Evangelio y anulado a Cristo.

71] Pero cuando se dice que la fe justifica, algunos entienden tal vez que se habla del principio, es decir, que la fe es el principio de la justificación, o una preparación para la justificación, de modo que no es la fe lo que nos hace aceptos a Dios, sino las obras que la siguen, y sueñan que se alaba mucho a la fe porque se le considera como principio de la justificación.

Porque la fuerza del principio es grande, y como reza el común refrán, el principio es la mitad del todo, como si alguien dijera que la gramática hace doctores en todas las artes, porque prepara para las otras artes, aunque cada arte confiere propiamente su experiencia al artífice. No pensamos esto nosotros acerca de la fe, sino que sostenemos que somos justificados o aceptos a Dios propia y verdaderamente por la fe misma, por medio de Cristo.

72] Porque ser justificados significa ser transformados de injustos en justos o regenerados, y significa por tanto ser declarados o considerados justos. De una y otra manera se expresa la Escritura. Por tanto, deseamos mostrar primero que la fe sola transforma al injusto en un justo, es decir, consigue remisión de pecados.

73] Molesta a algunos la palabra sola, aun cuando Pablo dice, Rom. 3,28: Concluimos ser el hombre justificado por fe sin las obras. Asimismo, Efe. 2, 8,9: Es don de Dios, no de vosotros, no por obras, para que nadie se gloríe. Y en Rom. 3,24: Justificados gratuitamente. Si no les agrada la palabra sola, quiten también de los pasajes de Pablo las palabras tan exclusivas: gratuitamente, no por obras, es don, etc. Porque también estos vocablos son exclusivos. Sin embargo, la idea de mérito es lo que rechazamos. No excluimos la Palabra o los Sacramentos, como lo pretenden falsamente nuestros adversarios. Ya hemos dicho que la fe se concibe por la Palabra, y que honramos mucho el ministerio de la Palabra.

74] Asimismo, el amor y las obras deben seguir a la fe. Por tanto, no las excluimos negando que deben seguir a la fe. Las excluimos tan sólo como confianza en nuestro amor y en nuestras obras como méritos para nuestra justificación. Y esto vamos a mostrarlo claramente.

QUE CONSEGUIMOS REMISIÓN DE

PECADOS POR LA FE SOLA EN CRISTO.

75] Pensamos que hasta nuestros adversarios reconocen que en la justificación es necesario primero el perdón de pecados. Porque todos estamos bajo el pecado. Y por eso razonamos así:

76] Conseguir remisión de pecados es ser justificados, de acuerdo con el Sal.32, 1: Bienaventurado aquel cuyas iniquidades son perdonadas.

77] Por la fe sola en Cristo, no por amor, no por las obras del amor, conseguimos remisión de pecados, aunque el amor sigue a la fe.

78] Por tanto, somos justificados por la fe sola, entendiendo por justificación la transformación de un hombre injusto en un justo, es decir, ser regenerado.

79] Con mayor facilidad podrá aclararse esto si sabemos cómo se consigue remisión de pecados. Nuestros adversarios disputan con gran indiferencia de si la remisión de pecados y la comunicación de la gracia constituyen una sola transformación. Como son hombres vanos, no tenían respuesta que dar. En la remisión de pecados es preciso vencer en nuestros corazones los terrores del pecado y de la muerte eterna, como lo afirma Pablo, 1ª Cor. 15,56 sg: El aguijón de la muerte es el pecado y la potencia del pecado, la ley. Mas a Dios gracias, que nos da la victoria por el Señor nuestro Jesucristo. Quiere decir: el pecado llena de terror las conciencias, y esto ocurre por causa de la ley, que nos muestra la ira de Dios contra el pecado, pero por Cristo seremos vencedores. ¿De qué modo? Por la fe, cuando cobramos ánimo por nuestra confianza en la misericordia prometida por medio de Cristo.

80] Y de este modo probamos la menor. La ira de Dios no puede aplacarse si le oponemos nuestras obras, porque Cristo nos ha sido propuesto como Propiciador, para que por su Mediación sea reconciliado el Padre con nosotros. Pero no podemos aprehender a Cristo como Mediador sino por la fe. Por tanto, conseguimos remisión de pecados por la fe sola, cuando levantamos nuestros corazones por nuestra confianza en la misericordia prometida por medio de Cristo.

81] Asimismo, Pablo, Rom. 5,2, dice: Por el cual también tenemos entrada al Padre. Y añade: Por la fe. Luego somos reconciliados con el Padre, y conseguimos remisión de pecados, cuando levantamos nuestros corazones por nuestra confianza en la misericordia prometida por medio de Cristo. Nuestros adversarios entienden que Cristo es Mediador y Propiciador porque mereció el hábito de amor, pero ahora no dicen que debemos acudir a este Mediador, sino que después de haber sepultado a Cristo por completo, imaginan que tenemos entrada al Padre por nuestras propias obras, que por ellas merecemos ese hábito de amor, y que por medio de ese amor nos acercamos después a Dios ¿No es esto, por ventura, sepultar a Cristo por completo y anular toda la doctrina de la fe? Por el contrario, Pablo enseña que tenemos entrada al Padre, esto es, reconciliación por medio de Cristo. Y para mostrar cómo esto se verifica, añade que tenemos entrada al Padre por la fe. Así pues, conseguimos remisión de pecados por la fe, por medio de Cristo. No podemos oponer a la ira de Dios nuestro amor y nuestras obras.

82] Segundo. Es cierto que los pecados son perdonados por medio de Cristo, el Propiciador, Rom. 3,25: Al cual Dios ha propuesto en propiciación. Además, Pablo añade: Por la fe. Nos beneficiamos, por tanto, de este Propiciador, cuando por la fe aprehendemos la misericordia prometida en El, y la oponemos a la ira y al juicio de Dios. Y con el mismo efecto, escrito está en Hebreos, 4, 14, 16: Por tanto, teniendo un gran Pontífice, etc., Lleguémonos confiadamente. Nos manda, pues, el apóstol que nos lleguemos a Dios, no confiados en nuestros méritos, sino poniendo nuestra confianza en Cristo, el Pontífice. El apóstol requiere pues la fe.

83] Tercero. Pedro, en Hech. 10, 43: A éste dan testimonio todos los profetas, de que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre. ¿Pudo hablar con mayor claridad? Dice que recibimos perdón de pecados por su nombre, esto es, por medio de Él. Luego no es por nuestros méritos, contrición, amor, culto u obras. Y añade: Todos los que en él creyeren. Requiere pues la fe. Porque no podemos aprehender el nombre de Cristo sino por la fe. Habla, además, de la opinión unánime de todos los profetas. Esto es, en verdad, alegar la autoridad de la Iglesia. Mas de este tópico hemos de volver a tratar al hablar del arrepentimiento.

84] Cuarto. La remisión de pecados es cosa prometida por medio de Cristo. Por tanto, no puede ser recibida más que por la fe sola. Porque la promesa no puede recibirse más que por la fe sola. Rom. 4, 16: Por tanto es por la fe, para que sea por gracia, para que la promesa sea firme. Como si dijera: si la cosa dependiese de nuestros méritos, la promesa sería incierta e inútil, porque nunca podríamos determinar cuándo habíamos merecido lo suficiente. Fácilmente pueden entender esto las conciencias experimentadas. Por eso dice Pablo, Gal. 3,22: Mas encerró todo bajo pecado, para que la promesa fuese dada a los creyentes por la fe de Jesucristo. Aquí anula nuestro mérito, porque dice que somos todos reos, y encerrados bajo pecado, y añade después que la promesa de remisión y justificación es dada, y declara cómo puede ser recibida la promesa, es decir, por la fe. Este razonamiento, sacado de la naturaleza de una promesa, es para Pablo el más importante, y se repite muchas veces. Y no puede inventarse o imaginarse razonamiento alguno por el que pueda derribarse este argumento de Pablo.

85] Por tanto, no consientan las buenas mentes que se les aparte de la creencia de que solamente por la fe conseguimos perdón, por medio de Cristo. En ella tienen consuelo seguro y firme contra los terrores del pecado, contra la muerte eterna y contra todas las puertas de los infiernos.

86] Por tanto, como por la fe sola conseguimos perdón de pecados y recibimos el Espíritu Santo, la fe sola justifica, porque los reconciliados son justificados y transformados en hijos de Dios, no por su propia limpieza, sino por misericordia, por medio de Cristo, si aprehenden por la fe esta misericordia. Por eso declara la Escritura, Rom. 3, 26, que justifica al que es de la fe de Jesús. Añadiremos asimismo los testimonios que dicen claramente que la fe es la justicia misma, por la cual somos justificados para con Dios, es decir, no porque sea obra digna de por sí, sino porque recibe o acepta la promesa hecha por Dios de que por medio de Cristo desea ser propicio a quienes en El creen, y porque sabe que Cristo nos ha sido hecho por Dios sabiduría y justificación, y santificación y redención, 1 Cor. 1, 30.

87] En la Epístola a los Romanos, Pablo trata sobre todo este tema, y afirma que somos justificados gratuitamente por la fe, cuando creemos que Dios se ha reconciliado con nosotros por medio de Cristo. Y aduce, en el capítulo tercero, esta proposición, que encierra todos los aspectos de la discusión: Así que, concluimos ser el hombre justificado por fe sin las obras de la ley, Rom. 3,28. Nuestros adversarios interpretan el pasaje como refiriéndose a las ceremonias Levíticas. Pero Pablo no habla sólo de las ceremonias, sino de toda la ley. Más abajo, en efecto, Rom. 7, 7, cita el mandamiento del Decálogo: No codiciarás. Si las obras morales consiguen perdón de pecados y justificación, no hay ninguna necesidad de Cristo, ni de la promesa, y caerían por tierra cuantos razonamientos hace Pablo sobre la promesa. Se equivocaba cuando escribía a los Efesios, 2, 8: Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios. Asimismo, Rom. 4,1,6, Pablo se refiere a Abraham y se refiere a David. Pero estos habían recibido mandamiento de Dios acerca de la circuncisión. Por tanto, si justificaban ciertas obras, era menester que procediesen, para justificar, de un mandamiento de Dios. Agustín dice claramente que Pablo habla de toda la ley, cuando discute detalladamente la cuestión en su obra Del Espíritu y de la Letra, y termina con estas palabras: Consideradas, pues, estas materias, y tratadas hasta donde nos lo han permitido las fuerzas que el Señor se ha dignado concedernos, deducimos que el hombre no se justifica por los preceptos de una vida buena, sino por la fe en Jesucristo.

88] Y para que no pensemos que salió temerariamente de Pablo la sentencia de que la fe justifica, la defiende y confirma en el capítulo cuarto de la Epístola a los Romanos, y la repite después en todas las demás epístolas.

89] Dice así, Rom. 4, 4, 5: Empero al que obra, no se le cuenta el salario por merced, sino por deuda. Mas al que no obra, pero cree en aquel que justifica al impío, la fe le es contada por justicia. Aquí dice claramente que la fe misma es contada por justicia. La fe es, pues, aquella cosa que Dios declara ser justicia, y añade que se cuenta gratuitamente, y niega que pueda ser contada gratuitamente si se debe por salario de las obras. Por eso excluye también el mérito de las obras morales. Porque si a éstas se debiese justificación para con Dios, no sería contada por justicia la fe sin las obras.

90] Y después, Rom. 4, 9: Porque decimos que a Abraham le fue contada la fe por justicia.

91] En el Capítulo 5, 1, dice: Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios, esto es, tenemos conciencias que están tranquilas y alegres delante de Dios.

92] Rom. 10, 10: Porque con el corazón se cree para justicia. Aquí declara que la fe es justicia del corazón.

93] Gal. 2,16: Nosotros también hemos creído en Jesucristo, para que fuésemos justificados por la fe de Cristo, y no por las obras de la ley. Efe. 2, 8: Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios. No por obras, para que nadie se gloríe.

94] Juan, 1,12: Les dio potestad de ser hechos hijos de Dios, a los que creen en su nombre: los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, mas de Dios.

95] Juan, 3, 14,15: Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado; para que todo aquel que en él creyere, no se pierda.

96] Lo mismo en el versículo 17: Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para que condene al mundo, mas para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree no es condenado.

97] Hech. 13, 38,39: Sea os pues notorio, varones hermanos, que por éste os es anunciada remisión de pecados; Y de todo lo que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en éste es justificado todo aquel que creyere. ¿Pudo hablarse con mayor claridad del oficio de Cristo y de la justificación? La ley, dice, no justificaba. Por eso nos ha sido dado Cristo, para que creamos que somos justificados por El. Claramente le quita a la ley el poder de justificar. Luego somos justificados por medio de Cristo, cuando creemos que Dios se ha reconciliado con nosotros por medio de Cristo.

98] Hech. 4, 11, 12: Esta es la piedra reprobada de vosotros los edificadores, la cual es puesta por cabeza de ángulo. Y en ningún otro hay salud; porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos. Pero el nombre de Cristo se aprehende sólo por la fe. Por tanto, somos salvos por la confianza en el nombre de Cristo, y no por la confianza en nuestras obras. Porque nombre aquí significa la causa que se alega, por la que se efectúa nuestra salvación. Y alegar el nombre de Cristo es confiar en el nombre de Cristo como en la causa o precio por el que somos salvos.

99] Hech. 15, 9: Purificando por la fe sus corazones. Por tanto, la fe de que hablan los apóstoles no es un conocimiento vano, sino obra que recibe el Espíritu Santo y que nos justifica.

100] Habac. 2,4: Mas el justo por su fe vivirá. Aquí dice primero que los hombres son justos por la fe, mediante la cual creen que Dios les es propicio, y añade que esta misma fe vivifica, porque esta fe produce en el corazón paz, gozo y vida eterna.

101] Isa. 53,11: Por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos. Pero ¿qué es conocer a Cristo, sino conocer los beneficios de Cristo y las promesas que ha derramado por el mundo en su Evangelio? Conocer estos beneficios es propia y verdaderamente creer en Cristo, creer que las promesas que ha hecho Dios por medio de Cristo las cumplirá con toda seguridad.

102] Pero la Escritura está llena de testimonios semejantes, porque unas veces se refiere a la ley, y otras a las promesas acerca de Cristo, del perdón de pecados y de la remisión gratuita por medio de Cristo.

103] También en los Padres se encuentran testimonios similares. Ambrosio dice en su Epístola a Ireneo: Además el mundo fue sujetado a El por la ley, porque, según prescripción de la ley, todos son culpados, y sin embargo ninguno es justificado por las obras de la ley, es decir, porque el pecado se manifiesta por la ley, pero la culpa no se satisface. Parecía que la ley era injuriosa, pues nos hacía a todos pecadores, pero cuando vino el Señor Jesús nos perdonó a todos el pecado que nadie podía evitar, y borró con la efusión de su sangre la escritura que nos condenaba. Esto es lo que se dice en Rom. 5,20: La ley empero entró para que el pecado creciese; mas cuando el pecado creció, sobrepujó la gracia. Porque cuando todo el mundo fue sometido, quitó el pecado de todo el mundo, como lo atestiguó Juan Bautista diciendo, Juan. 1,29: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Por tanto, nadie se gloríe en las obras, porque nadie es justificado por sus hechos. Mas el que es justo ha recibido una dádiva, porque ha sido justificado después del Bautismo. La fe es pues la que liberta por la sangre de Cristo, porque bienaventurado aquel cuyas iniquidades son perdonadas, y borrados sus pecados, Sal. 32, 1.

 

104] Estas son palabras de Ambrosio que claramente confirman nuestras creencias: separa la justificación de las obras, y la concede a la fe que liberta por la sangre de Cristo.

105] Reúnanse en un montón todos los sentenciarios que se adornan con títulos magníficos, pues a unos se les llama angélicos, a otros sutiles y a otros irrefutables. Ninguno de ellos, leídos y releídos, nos ayudarán a entender a Pablo lo que nos ayuda este único párrafo de Ambrosio.

106] Con el mismo objeto, Agustín escribe muchas cosas contra los pelagianos. En su obra titulada Del Espíritu y de la Letra, dice así: La justicia de la ley, a saber, que el que la cumple vive en ella, se explica diciendo que cuando un hombre ha reconocido su enfermedad, puede alcanzar y hacer lo mismo y vivir en ello conciliándose al Justificador, no por su propia fuerza, o por la letra de la ley (lo que es imposible), sino por la fe. Con la excepción del hombre justificado, no existe ninguna obra buena por la que pueda justificarse el que la hace. Pero la justificación se alcanza por la fe. Aquí dice claramente que al Justificador se le aplaca por la fe, y que la justificación se consigue por la fe. Y poco después: Por la ley tememos a Dios; por la fe esperamos en Dios. Pero a los que temen el castigo la gracia se les esconde; y sufriendo el alma, etc., con este temor busca refugio el alma por la fe en la misericordia de Dios, para que El conceda lo que El ordene. Aquí enseña que los corazones se aterrorizan por la ley y consiguen consuelo por la fe, y nos enseña a que procuremos aprehender por la fe la misericordia antes que cumplir la ley. Citaremos pronto otros pasajes.

107] Es cosa verdaderamente extraña que nuestros adversarios no se sientan movidos por tantos pasajes de la Escritura, que atribuyen abiertamente la justificación a la fe, negándosela claramente a las obras.

108] ¿Piensan acaso que en vano se repite lo mismo tantas veces? ¿Piensan acaso que se descuidó el Espíritu Santo sirviéndose de estas expresiones a la ligera?

109] También han inventado un sofisma con el que las soslayan. Dicen que estos pasajes se refieren a una fides fórmala, es decir, que no atribuyen justificación a la fe sino por medio del amor. Es más: no atribuyen en absoluto justificación a la fe, sino tan sólo al amor, porque sueñan que la fe puede coexistir con el pecado mortal.

110] ¿Hasta dónde se llega con esto sino hasta anular de nuevo la promesa y volver a la ley? Si la fe consigue remisión de pecados por medio del amor, siempre quedará en la incertidumbre el perdón de pecados, porque nunca amamos tanto cuanto debemos: es más, no amamos sino cuando nuestros corazones se hallan firmemente convencidos de que nos ha sido concedida la remisión de pecados. Y así, cuando nuestros adversarios requieren la confianza en el propio amor para la remisión de pecados y la justificación, anulan por completo el Evangelio de la gratuita remisión de pecados, aunque ese amor ni lo dan ni lo entienden, a no ser que crean que la remisión de pecados se consigue gratuitamente.

111] Nosotros también decimos que el amor debe seguir ala fe, como lo declara Pablo, Gal. 5, 6: Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión, sino la fe que obra por la caridad.

112] Mas no por eso se ha de creer que la confianza en ese amor o que por medio de ese amor conseguimos perdón de pecados y reconciliación, así como tampoco conseguimos perdón de pecados por las otras obras que le siguen, sino que por la fe sola, y por la fe propiamente dicha se consigue remisión de pecados, porque la promesa no puede recibirse sino por la fe.

113] Hay, en efecto, una fe propiamente dicha, y esta fe es la que acepta la promesa. Y de esta fe es de la que se nos habla en la Escritura.

 

114] Y como consigue remisión de pecados y nos reconcilia con Dios, somos hechos justos primero por esta fe, por medio de Cristo, antes de que amemos y de que cumplamos la ley, aunque necesariamente tiene que seguir el amor.

115] Y esta fe no es un conocimiento vano, ni puede coexistir con el pecado mortal, sino que es obra del Espíritu Santo por la que somos libertados de la muerte y animadas y vivificadas las mentes atemorizadas.

116] Y como esta fe sola consigue remisión de pecados y nos hace aceptos a Dios, y nos concede el Espíritu Santo, mejor podría llamarse gratia gratum faciens, gracia que le hace a uno acepto a Dios, y no el efecto que se sigue, es decir, el amor.

117] Hasta aquí hemos demostrado, con suficiente abundancia de testimonios de la Escritura, y argumentos sacados de la Escritura, para que nuestra discusión fuese más clara, que por la fe sola somos justificados, esto es, que somos transformados de injustos en justos o regenerados.

118] Fácilmente, pues, puede juzgarse cuan necesario es el conocimiento de esta fe, porque sólo en ella se manifiesta el oficio de Cristo, sólo por ella conseguimos los beneficios de Cristo, sólo ella da consuelo seguro y firme a las mentes piadosas.

119] Y es conveniente que en la Iglesia se mantenga viva una doctrina en la cual pueden fundar las personas piadosas una esperanza segura de salvación. Porque nuestros adversarios aconsejan mal a los hombres cuando les mandan dudar de que pueden conseguir remisión de pecados. ¿Cómo se sostendrán en la muerte quienes nada han oído de esta fe y creen que deben dudar de la remisión de pecados?

120] Por otra parte, es necesario mantener en la Iglesia el Evangelio de Cristo, es decir, la promesa de que gratuitamente, por medio de Cristo, los pecados son perdonados. Aniquilan por completo este Evangelio quienes nada dicen de esta fe de que hablamos.

121] Y los escolásticos precisamente no dicen ni una sola palabra de esta fe. A ellos siguen nuestros adversarios, y rechazan esta fe. Y no ven que, al rechazar esta fe, anulan por completo la promesa de la remisión gratuita de los pecados y de la justicia de Cristo.