He creído necesario
hacer un resumen acerca de lo que representa La Santa Cena para la Iglesia
Luterana, que si bien, no constituye la totalidad de sus enseñanzas, representa
una parte importante de su doctrina manifestada en su tiempo histórico.
LA CONFESION DE FE DE AUGSBURGO 1530
Artículo X: La Santa Cena del Señor
En cuanto a la Santa Cena del Señor, enseñamos que el verdadero cuerpo y la
verdadera sangre de Cristo están realmente presentes, distribuidas y recibidas
en la Cena bajo las especies del pan y del vino. Rechazamos
pues la doctrina contraria.
APOLOGIA DE LA CONFESION DE AUGSBURGO
Por Felipe Melanchton
Art. X.
De La Santa Cena.
Acerca del Sacramento del Altar
1. Sostenemos que el pan y el vino en la Santa Cena es el
verdadero Cuerpo y la verdadera Sangre de Cristo y es administrado y recibido
no sólo por los buenos cristianos sino también por los malos.
2. También sostenemos
que no se le debe dar únicamente bajo una especie; y no tenemos necesidad de
una alta ciencia que nos enseñen que bajo una especie hay tanto como bajo
ambas, como afirman los sofistas y el concilio de Constanza.
3. Incluso si fuese cierto que bajo una especie
hay tanto como bajo ambas, sin embargo, no constituye el orden completo y la
institución fundados y ordenados por Cristo.
4. Y especialmente condenamos y maldecimos en el nombre de
Dios a aquellos que no solamente prescinden de ambas especies, sino que también
lo prohíben soberanamente, lo condenan, lo tratan como herejía y se colocan con
ello contra y sobre Cristo, nuestro Señor y Dios, etcétera.
5. En cuanto a la transubstanciación,
despreciamos las agudezas de la sofistería que enseñan que el pan y el vino
abandonan o pierden su esencia natural, no quedando sino sólo la forma y el
color del pan y no pan verdadero. Pues lo que está en mejor acuerdo con la
Escritura es que el pan está presente y permanece, como San Pablo mismo lo
designa: “El pan que partimos”. De la misma manera: “De este modo como el pan”
(1Co. 10:16; 11:28).
LOS ARTÍCULOS DE ESMALCALDA
Acerca del Sacramento del Altar
1. Sostenemos que el pan y el vino en la Santa Cena es el
verdadero Cuerpo y la verdadera Sangre de Cristo y es administrado y recibido
no sólo por los buenos cristianos sino también por los malos.
2. También sostenemos que no se le debe dar únicamente bajo
una especie; y no tenemos necesidad de una alta ciencia que nos enseñen que
bajo una especie hay tanto como bajo ambas, como afirman los sofistas y el
concilio de Constanza.
3.
Incluso si fuese cierto que bajo una especie
hay tanto como bajo ambas, sin embargo, no constituye el orden completo y la
institución fundados y ordenados por Cristo.
4. Y especialmente condenamos y maldecimos en el nombre de
Dios a aquellos que no solamente prescinden de ambas especies, sino que también
lo prohíben soberanamente, lo condenan, lo tratan como herejía y se colocan con
ello contra y sobre Cristo, nuestro Señor y Dios, etcétera.
5.
En cuanto a la transubstanciación,
despreciamos las agudezas de la sofistería que enseñan que el pan y el vino
abandonan o pierden su esencia natural, no quedando sino sólo la forma y el
color del pan y no pan verdadero. Pues lo que está en mejor acuerdo con la
Escritura es que el pan está presente y permanece, como San Pablo mismo lo
designa: “El pan que partimos”. De la misma manera: “De este modo como el pan”
(1Co. 10:16;
11:28).
FORMULA DE CONCORDIA
VII. LA SANTA CENA DE
CRISTO
Aunque los teólogos partidarios de Zwinglio no deben ser contados entre los teólogos que aceptaron la Confesión de Augsburgo, ya que aquéllos se separaron de éstos ya en el tiempo en que esta confesión se estaba proponiendo; sin embargo, ante el hecho de que se están introduciendoindebidamente en el otro grupo y están tratando, bajo el nombre de esta confesión, de diseminar sus errores, creemos prudente informar a la iglesia de Cristo en cuanto a esta controversia.
AFIRMATIVA
La confesión de la doctrina pura respecto a la santa cena, en refutación a los sacramentarios.
1. Creemos, enseñamos y confesamos que en la santa cena el
cuerpo y la sangre de Cristo están presentes real y esencialmente, y realmente
se distribuyen y se reciben con el pan y el vino.
2. Creemos, enseñamos y confesamos que las palabras del
testamento de Cristo no deben entenderse de otro modo sino tal como están
escritas, de manera que el pan no significa el cuerpo de Cristo ni el vino la
sangre ausente de Cristo, sino que, por causa de la unión sacramental, el pan y
el vino son verdaderamente el cuerpo y la sangre de Cristo.
3. Y en lo referente a la consagración creemos, enseñamos y
confesamos que esta presencia del cuerpo y la sangre de Cristo en la santa cena
no puede ser producida por ninguna obra del hombre, ni tampoco por las palabras
que pronuncia el ministro oficiante, sino que debe atribuirse sola y únicamente
al poder sin límites de nuestro Señor Jesucristo.
4. Pero al mismo
tiempo también creemos, enseñamos y confesamos unánimemente que en la
administración de la santa cena no deben omitirse de ningún modo las palabras
de la institución de Cristo, sino que deben recitarse públicamente, como está
escrito en 1ª Corintios 10:16: «La copa de bendición que bendecimos», etc. Esta
bendición se efectúa mediante la recitación de las palabras de Cristo.
5. Las razones empero
sobre las cuales nos basamos en esta controversia con los sacraméntanos son las
que el Dr. Lutero ha establecido en su Confesión Mayor respecto a la santa
cena.
La primera es el siguiente artículo de nuestra fe cristiana: Jesucristo es
el Dios y hombre verdadero, esencial, natural y perfecto, en una sola persona,
indivisible e inseparable.
La segunda: La diestra de Dios a la cual Cristo está puesto de hecho y en verdad según su naturaleza humana, se halla en todo lugar, y así él rige y tiene en sus manos y debajo de sus pies todo lo que está en el cielo y en la tierra, como lo declara la Escritura (Ef. 1:21); y a esta diestra no ha sido puesto ningún humano ni ningún ángel, sino únicamente el Hijo de María; por este motivo él puede hacer todo esto que acaba de decirse.
6.
Creemos, enseñamos y
confesamos que el cuerpo y la sangre de Cristo se reciben con el pan y el vino,
no sólo de un modo espiritual, sino también con la boca; pero no de un modo capernaítico,
sino sobrenatural o celestial, por causa de la unión sacramental, como lo
demuestran claramente las palabras de Cristo, pues Cristo nos ordena tomar,
comer y beber, cosa que también los apóstoles hicieron, como está escrito,
Marcos 14:23: «Y bebieron de él todos». San Pablo dice por su parte en 1ª
Corintios 10:16: «El pan que partimos, es la comunión del cuerpo de Cristo», o
lo que es lo mismo: El que come este pan, come el cuerpo de Cristo.
Así
también lo declaran unánimemente los principales Padres antiguos de la iglesia,
tales como Cipriano, León I, Gregorio, Ambrosio y Agustín.
7. Creemos, enseñamos
y confesamos que el verdadero cuerpo y sangre de Cristo los reciben no sólo los
verdaderos creyentes y los que son dignos, sino también los incrédulos e
indignos; pero estos últimos los reciben no para vida y consuelo, sino para
juicio y condenación, si no se convierten y se arrepienten (1ª Co. 11:27, 29).
Pues, aunque rechazan a Cristo como Salvador, sin embargo, tienen que admitirlo aun en contra de su voluntad como Juez severo. Y tal como el Cristo presente en la santa cena obra vida y consuelo en el corazón de los verdaderos creyentes y convidados dignos, así el Cristo presente ejerce y ejecuta el juicio en los convidados impenitentes.
8. También creemos, enseñamos y confesamos que existe una
sola clase de convidados indignos: Los que no creen. De éstos se nos dice (Jn.
3:18): «El que no cree, ya ha sido condenado». Y a raíz del uso indigno de la
santa cena, este juicio se acumula, se agranda y se agrava (1ª Co. 11:29).
9. Creemos, enseñamos y confesamos que ningún creyente
verdadero en tanto que retiene una fe viva, no importa cuán débil sea esa fe,
recibe la santa cena para su condenación, pues la santa cena fue instituida
especialmente para los que son débiles en la fe, pero penitentes, para el
consuelo y fortalecimiento de su débil fe (Mt. 9:12; 11:5, 28).
10.
Creemos,
enseñamos y confesamos que toda la dignidad de los convidados a esta fiesta
celestial consiste y estriba únicamente en la santísima obediencia y el mérito
perfecto de Cristo. Este mérito nos lo apropiamos mediante la verdadera fe y
nos lo garantiza el sacramento, y no alguna virtud o preparación interior y
exterior de parte nuestra.