08 de diciembre 2024
Segundo domingo de Adviento.
Pastor: Miguel Ángel Moreno Villarroel
Lecturas: Lucas 1: 68-79; Malaquías 3:1-4; Filipenses 1:3-11; Lucas 3:1-6
Tema de hoy: Quiero que allanes mi corazón hacia ti, Señor
Nuestra reflexión para el día de hoy Segundo Domingo De Adviento, está basada en el pasaje del evangelio que se encuentra en: Lucas 3:1-6 y sobre el mismo podemos reflexionar lo siguiente:
Detallando un poco en las Escrituras en el evangelio de Lucas, notamos que la más reciente aparición de Juan el hijo de Zacarías antes de este texto que sigue, es en el capítulo 1 versículo 80. Allí Lucas nos relata que Juan como niño se hacía fuerte desde el punto de vista espiritual y que vivió en lugares silvestres o desérticos, justo hasta el día en que se dio a conocer al pueblo de Israel.
No podemos pensar ni por un momento que la decisión de mostrarse ante el pueblo de Israel surgió de la mente humana de Juan, por el contrario, como leemos claramente, la Palabra de Dios vino hasta él.
De estos llamados de Dios, tenemos muchos ejemplos en el antiguo testamento; así vemos a profetas como Jeremías quien dice: “El Señor se dirigió a mí, y me dijo” (Jeremías 1:4).
Dios habló en el desierto a Juan y le pidió que preparara el camino del Señor Jesús.
Lucas le da una ubicación exacta e histórica al ministerio de Juan, señalando con detalles en qué tiempo Dios habló a Juan y a saber nos da las coordenadas para que nadie se pierda: “En el año quince del gobierno del emperador Tiberio, Poncio Pilato era gobernador de Judea, Herodes gobernaba en Galilea, su hermano Felipe gobernaba en Iturea y Traconite, y Lisanias gobernaba en Abilinia. Anás y Caifás eran los sumos sacerdotes”.
Como podemos valorar, este es el contexto religioso, histórico y político en el que transcurrirán tanto el ministerio público de Juan el Bautista como el de Jesús de Nazaret.
El padre de Juan, Zacarías, había profetizado de su hijo: “Irás delante del Señor preparando sus caminos; para hacer saber a su pueblo que Dios les perdona sus pecados y les da la salvación” (Lucas 1:76,77).
Y Juan hizo exactamente eso por todos los lugares junto al río Jordán. De esta manera se cumplieron las palabras que están escritas en el libro del profeta Isaías 40:3: “Una voz grita: Preparen al Señor un camino en el desierto, tracen para nuestro Dios una calzada recta en la región estéril”.
Como podemos observar, la predicación de Juan el Bautista efectivamente preparó el camino para el Salvador de toda la humanidad.
Podemos imaginar por un momento que unos tractores, compactadoras, aplanadoras y toda suerte de maquinaria pesada era necesaria para lograr lo que clamaba a viva voz nuestro predicador Juan el Bautista; pero no, no era ni es así en la actualidad, ya que lo que se necesita para nivelar el camino del Señor Jesucristo hasta el desierto de nuestros corazones, es tener una fe viva que surja como resultado de la obra del Espíritu Santo en nuestras mentes y corazones. No hacen falta ni sacrificios ni imposiciones malsanas de parte del hombre, solamente la fe en la obra sacrificialmente salvadora de nuestro Señor Jesús en la cruz.
Para muchas personas las palabras de Juan llegan a ser incómodas y hasta odiosas, ya que piensan que él fue un predicador exclusivo de la ley, un predicador del volverse a Dios o arrepentimiento.
Las palabras o expresiones “volverse a Dios o arrepentimiento” se usan en la Biblia en dos sentidos. A veces solamente tiene como significado: “dolor o pesar por los pecados”; un ejemplo de esta acepción la encontramos en el mensaje de Jesús: “Vuélvanse a Dios y acepten con fe sus buenas noticias” (Marcos 1:15).
El mensaje de Juan llamando a arrepentirse también incluía la invitación a la fe en el Salvador por venir.
La respuesta a su predicación del arrepentimiento incluía tanto el pesar por los pecados como la fe en las buenas nuevas del perdón de pecados; en fin, Juan efectivamente predicaba ley y evangelio.
El dolor por los pecados cometidos, es la consecuencia directa de la fe que obra el Espíritu Santo en el corazón del pecador que, en su desesperación busca un analgésico que calme el sufrimiento, ante la evidencia de la vida catastrófica que ha llevado hasta ese momento; luego de cual, en ese camino de pesar se encuentra frente a frente con su Salvador, quien le otorga la paz y sanidad verdaderas y definitivas para su situación espiritual.
Para este segundo domingo de Adviento debemos meditar en: ¿Qué es eso que estorba en mi vida para que pueda vivir la paz prometida por mi Señor Jesús? ¿Qué camino debo allanar, hacer recto y liso en mi vida, para que la fe en mi Señor Jesucristo no encuentre obstáculos de ningún tipo? ¿Qué o a quiénes debo sacar o evitar en vida, para que no sigan siendo tropiezos recurrentes en la fe que me ha dado o me quiere dar el Espíritu Santo?
Hermanos y hermanas, reflexiones en esto para este tiempo de Adviento y de esta manera podremos lograr que se fortalezca nuestra comunión con Dios.
Oremos:
Amantísimo Padre celestial, te suplicamos de todo corazón, que nada ni nadie entorpezca el camino que existe entre nosotros y la llegada de nuestro Señor Jesucristo a nuestras vidas.
Amén. Dios los bendiga, y recuerden. ¡¡Sólo Dios Salva!!
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