He creído
necesario, hacer un resumen acerca de lo que cree la doctrina luterana acerca
de la justificación, que, si bien no constituye la totalidad de sus enseñanzas,
representa una parte importante de su doctrina manifestada en su tiempo histórico.
LA CONFESION DE FE DE AUGSBURGO 1530
Artículo IV:
La Justificación
Enseñamos también que
no podemos obtener el perdón de los pecados y la justicia delante de Dios por
nuestro propio mérito, por nuestras obras o por nuestra propia fuerza, sino que
obtenemos el perdón de los pecados y la justificación por pura gracia por medio
de Jesucristo y la fe. Pues creemos que Jesucristo ha sufrido por nosotros y
que gracias a Él nos son dadas la Justicia y la vida eterna. Dios quiere que
esta fe nos sea imputada por justicia delante de Él como lo explica Pablo en
los capítulos 3 y 4 de la carta a los Romanos.
APOLOGIA
DE LA CONFESION DE AUGSBURGO
Art. IV. (II.)
De La Justificación.
1] Nuestros
adversarios nos condenan en el Cuarto, Quinto, Sexto, y después en el Artículo
Vigésimo, porque enseñamos que los hombres consiguen remisión de pecados, no
por sus propios méritos, sino por gracia, por la fe en Cristo. Nos condenan a
la vez, por negar que los hombres consiguen remisión de pecados por sus méritos
propios, y por afirmar que son justificados por la fe en Cristo.
2] Como se
plantea en esta controversia la cuestión principal de la doctrina cristiana,
pues es la que esclarece y amplifica el honor de Cristo y lleva a las
conciencias piadosas necesario y abundantísimo consuelo, pedimos a Su Majestad
Imperial que nos escuche con clemencia en tan importantes materiales.
3] Y como
nuestros adversarios no entienden lo que es la remisión de pecados, ni la fe,
ni la gracia, ni la justificación, pervierten miserablemente esta cuestión,
obscurecen la gloria y los beneficios de Cristo y privan a las conciencias
piadosas de los consuelos que se ofrecen en Cristo. 4] Y para poder confirmar
la posición de nuestra Confesión y deshacer los argumentos que nos oponen
nuestros adversarios, deben tratarse primero ciertas cuestiones, con el fin de
conocer las fuentes de uno y otro género de doctrina, es decir, la de nuestros
adversarios y la nuestra propia.
5] Toda la
Escritura debe dividirse en estas dos cuestiones principales: la ley y las
promesas. En efecto, a veces, presenta la ley, y otras veces presenta la
promesa referente a Cristo, a saber, cuando promete que Cristo ha de venir, y
promete por mediación suya remisión de pecados, justificación y vida eterna, o
cuando en el Evangelio, ya venido Cristo, promete remisión de pecados,
justificación y vida eterna.
6] Llamamos
ley en esta controversia a los Diez Mandamientos del Decálogo, dondequiera que
se lean en la Escritura. Nada decimos de momento de las ceremonias y leyes
judiciales de Moisés.
7] De estas
dos partes, nuestros adversarios escogen la ley, porque la razón humana entiende
por naturaleza la ley de alguna manera (pues tiene el mismo juicio por Dios en
la mente), y por la ley buscan remisión de pecados y justificación.
8] Mas el
Decálogo requiere, no sólo las obras exteriores civiles, que la razón de algún
modo puede hacer, sino que requiere también otras cosas puestas muy por encima
de la razón, a saber, temer verdaderamente a Dios, amar a Dios verdaderamente,
invocar a Dios verdaderamente, convencerse verdaderamente de que Dios nos oye,
y esperar la ayuda de Dios en la muerte y en todas nuestras aflicciones.
Finalmente, requiere obediencia a Dios, en la muerte y en nuestras aflicciones,
para que no huyamos de ellas y las rechacemos cuando Dios nos las impone.
9]
Siguiendo aquí a los filósofos, los escolásticos enseñan que tan sólo la
justicia de la razón, sin el Espíritu Santo, puede amar a Dios sobre todas las
cosas. Porque mientras el ánimo está tranquilo, y no siente la ira o el juicio
de Dios, puede imaginar que desea amar a Dios, que desea hacer el bien por Dios.
Así es como enseñan que los hombres consiguen remisión de pecados, haciendo lo
que es debido, esto es, cuando la razón, doliéndose del pecado, hace acto de
amar a Dios, y obra el bien por Dios.
10] Y como
esta creencia halaga por naturaleza a los hombres, origina e incrementa en la
Iglesia muchos ritos, como los votos monásticos, los abusos de la Misa, y como
consecuencia de esta creencia, unos y otros se han dedicado a inventar ritos y
observancias.
11] Y para
aumentar la confianza en semejantes obras han declarado que Dios, no por
coacción, sino por la inmutabilidad misma de sus leyes, concede necesariamente
la gracia a quien así actúa.
12] Hay en
esta creencia muchos errores grandes y perniciosos que sería prolijo enumerar.
Piense el prudente lector tan sólo esto: si verdaderamente es ésta la justicia
cristiana, ¿qué diferencia hay entre la filosofía y la doctrina de Cristo? Si
conseguimos remisión de pecados por medio de actos espontáneos, ¿de qué
provecho nos es Cristo? Si podemos justificarnos por nuestra razón, o por las
obras de nuestra razón, ¿qué necesidad tenemos de Cristo o de regeneración?
13] A causa
de estas opiniones la discusión ha llegado al extremo de que muchos hacen burla
de nosotros, porque enseñamos que es preciso buscar una justificación distinta
de la mera justificación filosófica.
14] Nos
hemos enterado de que algunos, dejando a un lado el Evangelio, han explicado la
ética de Aristóteles en vez del sermón. Y no iban muy equivocados, si es verdad
lo que defienden nuestros adversarios. Como Aristóteles ha escrito tan
eruditamente en materia de ética, nada hay ya que indagar sobre ella.
15] Vemos que
circulan libros en los que se comparan palabras de Cristo con sentencias de
Sócrates, de Zenón y de otros, como si Cristo hubiese venido al mundo a
promulgar leyes por medio de las cuales pudiéramos conseguir remisión de
pecados, y no la tuviésemos por su gracia y por sus propios méritos.
16] Por
tanto, si aceptamos la doctrina de nuestros adversarios según la cual
conseguimos remisión de pecados y justificación por las obras de nuestra razón,
no hay ninguna diferencia entre la justicia filosófica, ciertamente farisaica,
y la justicia cristiana.
17] Si bien
nuestros adversarios, para no olvidar del todo a Cristo, exigen el conocimiento
de la historia de Cristo, y admiten que por su mérito se nos ha infundido
cierto hábito, o como ellos dicen, prima gratia, una primera gracia, que
consideran como una inclinación a amar a Dios con más fervor, conceden no
obstante muy poco a este hábito, porque piensan que los actos de la voluntad
siguen siendo de la misma especie antes y después de recibir dicho hábito.
Imaginan que la voluntad puede amar a Dios, pero que este hábito la mueve a
hacerlo con más fervor. Afirman que conseguimos primero este hábito por previos
merecimientos, y que conseguimos después por las obras de la ley un aumento de
este hábito, y vida eterna.
18] Así es
como entierran a Cristo, para que los hombres no puedan beneficiarse de El como
de un Mediador, seguros de que por su mediación consiguen, por gracia, remisión
de pecados y justificación, y sueñen al contrario que por medio de su propio
cumplimiento de la ley merecen perdón de pecados, y que por medio de este mismo
cumplimiento de la ley son justificados delante de Dios, siendo así que nunca
se satisface a la ley cuando la razón ejecuta sólo actos civiles, sin temer a
Dios y sin creer que Dios se preocupa de ello. Por mucho que hablen de ese hábito,
ni puede haber en los hombres amor de Dios sin la justicia de la fe, ni puede
entenderse lo que es amor de Dios.
19] La
distinción que inventan entre el meritum congrui, o mérito debido, y el meritum
condigni, o mérito verdadero y completo, es tan sólo una artimaña para no dar
la impresión de que siguen a Pelagio. Porque si Dios concede la gracia
necesariamente por el meritum congrui, o mérito debido, ya no es meritum
congrui, sino meritum condigni, o mérito verdadero y completo. Pero no saben lo
que dicen. Cuando ya existe ese hábito de amor, imaginan que el hombre puede
conseguir mérito de condigne. Pero por otra parte quieren que dudemos de que
haya hábito. ¿Cómo sabrán pues si consiguen mérito de congruo o de condigno, es
decir, en parte o por completo?
20] Pero
todo esto ha sido inventado por hombres ociosos, que no saben cómo se consigue
remisión de pecados, ni cómo se aleja de nosotros la confianza en nuestras
obras cuando se trata del juicio de Dios o de los temores de nuestra
conciencia. Hipócritas seguros de sí mismos, piensan siempre que merecen de
condigno, con mérito completo y verdadero, posean o no ese hábito, porque los
hombres confían por naturaleza en su propia conciencia, pero las conciencias
atemorizadas vacilan y dudan, y buscan y acumulan obras distintas para
tranquilizarse. Nunca creen que merecen de condigno, y caen en la desesperación
si no oyen que, además de la doctrina de la ley, tienen el Evangelio de la
remisión gratuita de los pecados y de la justicia de la fe.
21] Así
pues, nuestros adversarios no enseñan más que la justicia de la razón, que es
ciertamente la justicia de la ley, y en ella se miran como se miraban los
judíos en la velada faz de Moisés, y esos hipócritas seguros de sí mismos
piensan satisfacer a la ley, y excitan la presunción y la confianza vana en
nuestras obras y el desprecio de la gracia de Cristo. Llevan a la desesperación
las conciencias atemorizadas, porque como obran en la duda nunca pueden hacer
experiencia de lo que es la fe y de cuan grande es su eficacia, terminando así
por desesperarse del todo.
22] En lo que a
nosotros se refiere, nuestra opinión acerca de la justicia de la razón es como
sigue: Dios la requiere, y por este mandamiento de Dios han de hacerse
necesariamente las obras buenas que ordena el Decálogo, como dice Pablo, Gal.
3,24: La ley es pedagogo; y asimismo, 1ª Tim. 1,9; La ley es puesta para los
injustos. Dios quiere sujetar a los hombres carnales a esa disciplina civil, y
para mantenerla les ha dado leyes, letras, doctrina, magistrados y penas.
23] La
razón puede conseguir esta justicia por sus propias fuerzas, si bien fracasa a
menudo por su natural flaqueza, y el diablo la incita a cometer delitos
manifiestos.
24]
Tributamos de buena gana a esta justicia de la razón las alabanzas que merece;
la naturaleza corrompida no tiene otro bien mayor que éste, y con razón dice
Aristóteles que: Ni el lucero vespertino ni el matutino es más hermoso que la
justicia. Dios la honra con recompensas corporales, pero no debe ensalzarse en
perjuicio de Cristo.
25] Falso
es, pues, que por nuestras obras conseguimos perdón de pecados.
26] Falso
es, asimismo, que los hombres son justificados delante de Dios por la justicia
de la razón.
27] Falso
es también que la razón puede por sus propias fuerzas amar a Dios sobre todas
las cosas y cumplir la ley de Dios, es decir, temer a Dios, creer
verdaderamente que Dios escucha nuestra oración, desea obedecer a Dios en la
muerte y en cuanto dispone, no apetecer bienes ajenos, etc., aunque la razón
puede cumplir las obras civiles.
28] Falso y
ofensivo a Cristo es asimismo pretender que no pecan los hombres que cumplen
los mandamientos de Dios sin haber conseguido la gracia.
29] Para
confirmar nuestro sentir, tenemos testimonios, no sólo en la Escritura, sino en
los Padres. Agustín disputa muy largamente contra los pelagianos, insistiendo
en que la gracia no se consigue por nuestros propios méritos. En su obra De la
naturaleza y de la gracia, dice: Si la capacidad natural, por medio del libre
albedrío, es suficiente para saber cómo se ha de vivir, y para vivir
rectamente, Cristo murió en vano, y resulta inútil el escándalo de la Cruz.
¿Cómo no voy a clamar aquí también?
30]
Clamaré, y con cristiano dolor los increparé, diciendo: Vacíos sois de Cristo,
pues os habéis justificado por la naturaleza, y habéis caído de la gracia, Gal.
5, 4; cf. 2, 21. Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer
la vuestra propia, no os sujetáis a la justicia de Dios. Porque así como Cristo
es el fin de la ley, así también Cristo es el Salvador de la viciosa naturaleza
humana, para justificación de todo aquel que cree, Rom. 10, 3,4.
31] Y
asimismo, Juan, 8,36: Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres. No
podemos, pues, por la razón, libertarnos de nuestros pecados, ni conseguir
perdón de pecados. Y en Juan, 3, 5, escrito está: El que no naciere otra vez de
agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Luego si es necesario
nacer otra vez del Espíritu Santo, la justicia de la razón no nos justifica
delante de Dios, y no cumple la ley.
32] Y en
Rom. 3,23: Todos están destituidos de la gloria de Dios, esto es, carecen de la
sabiduría y de la justicia de Dios, que conoce y glorifica a Dios. Asimismo,
Rom. 8, 7, 8: Por cuanto la intención de la carne es enemistad contra Dios;
porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede. Así que, los que están
en la carne no pueden agradar a Dios.
33] Estos
testimonios son tan claros, que no necesitan, para decirlo con Agustín cuando
trata del asunto, de un inteligente agudo, sino de un oyente atento. Si la
intención de la carne es enemistad contra Dios, es seguro que la carne no ama a
Dios: si no puede sujetarse a la ley de Dios, no puede tampoco amar a Dios. Si
la intención de la carne es enemistad contra Dios, peca asimismo la carne
cuando hacemos los actos civiles externos. Si no puede sujetarse a la ley de
Dios, peca de seguro, aun cuando tenga en su haber obras excelentes y dignas de
alabanza según la opinión humana.
34] Nuestros adversarios
consideran sólo los preceptos de la segunda Tabla de la Ley, pues son los que
se refieren a la justicia civil, que la razón entiende. Y contentándose con
ésta, piensan que cumplen la ley de Dios. No se fijan en la primera Tabla, que nos
manda amar a Dios, estar profundamente convencidos de que Dios se enoja con el
pecado, temer verdaderamente a Dios, estar verdaderamente seguros de que Dios
escucha nuestra oración. Pero el corazón humano sin el Espíritu Santo desprecia
el juicio de Dios, huye de Dios y odia a Dios cuando le castiga y le juzga.
35] Por
tanto, no obedece a la primera Tabla. Y como el desprecio de Dios, la duda de
la Palabra de Dios y de las amenazas y promesas de Dios están hincados en la
naturaleza humana, los hombres pecan verdaderamente, aunque hagan buenas obras
sin el Espíritu Santo, porque las hacen con el corazón impío, según se lee en
Rom. 14,23: Todo lo que no es de fe, es pecado. Porque los tales obran con
desprecio de Dios, como Epicuro, que se niega a creer que Dios cuida de él, le
mira y le escucha. Este desprecio adultera todas las obras que parecen
virtuosas, porque Dios juzga los corazones.
36] Por
último, escriben nuestros adversarios, con muchísima imprudencia, que los
hombres, dignos de eterna ira, consiguen remisión de pecados por un acto
espontáneo de amor, que procede de su propio espíritu, siendo imposible amar a
Dios si la remisión de pecados no se aprehende antes por la fe. Porque no puede
el corazón humano, que verdaderamente sabe que Dios está enojado, amar a Dios,
si Dios no se le manifiesta aplacado. Mientras nos llena de temor, y parece que
nos arroja a la muerte eterna, no puede la naturaleza humana cobrar aliento, y
amar al airado que juzga y castiga.
37] Es
fácil para los hombres ociosos imaginar estos sueños de amor y pensar que un
reo de pecado mortal puede amar a Dios sobre todas las cosas, porque no saben
lo que es la ira o el juicio de Dios. Pero en su angustia y en sus luchas la
conciencia experimenta la vanidad de esas especulaciones filosóficas.
38] Pablo
dice, Rom. 4, 15: Porque la ley obra ira. No dice que por la ley consiguen los
hombres perdón de pecados. Porque la ley siempre acusa y llena de temor a las
conciencias. Y así, no justifica, porque la conciencia, estremecida por el
temor de la ley, huye del juicio de Dios. Yerran, pues, quienes esperan
conseguir perdón de pecados por la ley y por las obras.
39] Basta
lo dicho sobre la justicia de la razón o de la ley que enseñan nuestros
adversarios. Porque dentro de poco, cuando expongamos nuestro sentir sobre la
justicia de la fe, el asunto mismo nos llevará a citar muchos testimonios que
contribuirán también a deshacer los errores de nuestros adversarios que ha poco
hemos examinado.
40] Como
los hombres no pueden por sus propias fuerzas cumplir la ley de Dios, están
sumidos en el pecado y son reos de eterna ira y muerte, no podemos libertarnos
del pecado ni ser justificados por la ley, pero nos ha sido concedida la promesa
de remisión de pecados y de justificación por medio de Cristo, entregado por
nosotros para expiar los pecados del mundo y elegido Mediador y Propiciador.
41] Y esta promesa
no se sujeta a la condición de nuestros méritos, sino que ofrece, por gracia, remisión
de pecados y justificación, como lo dice Pablo, Rom. 11,6: Si por las obras, ya
no es gracia, y en otro lugar, Rom. 3,21: Sin la ley, la justicia de Dios se ha
manifestado, esto es, se ofrece de gracia remisión de pecados. Tampoco depende
de nuestros méritos la reconciliación. 42] Porque si la remisión de pecados
dependiese de nuestros méritos, y la reconciliación dependiese de la ley, el
resultado sería inútil. Porque como no cumplimos la ley, se seguiría que la
promesa de reconciliación no podría cumplirse nunca para nosotros, Así
argumenta Pablo, Rom. 4,14: Porque si los que son de la ley son los herederos,
vana es la fe, y anulada es la promesa. Porque si la promesa pidiese el
requisito de nuestros méritos y de la ley, como no cumplimos nunca la ley,
seguiríase que la promesa es inútil.
43] Pero como la
justificación se verifica gratuitamente, por la promesa, síguese que no podemos
justificarnos a nosotros mismos. De otro modo, ¿qué necesidad habría de
promesa? Y como la promesa no puede aprehenderse sin la fe, el Evangelio, que
es propiamente la promesa del perdón de pecados y de justificación por medio de
Cristo, proclama la justificación por la fe, que la ley no enseña. Y tampoco es
ésta la justicia de la ley.
44] La ley
requiere nuestras obras y nuestra perfección. Pero la promesa nos ofrece, por
gracia, a los oprimidos por el pecado y la muerte reconciliación por medio de
Cristo, que se consigue, no por las obras, sino por la fe. Esta fe no ofrenda a
Dios nuestra confianza en méritos propios, sino tan sólo confianza en la
promesa o en la misericordia prometida en Cristo.
45] Así
pues, esta fe especial, por la que cada uno cree que le son perdonados los
pecados por medio de Cristo, y que Dios se ha aplacado y le es propicio por
medio de Cristo, consigue remisión de pecados y le justifica. Y como en nuestro
arrepentimiento, es decir, en nuestros terrores esta fe nos consuela y levanta
nuestros corazones, también nos regenera y nos concede el Espíritu Santo, para
que podamos cumplir después la ley de Dios, esto es, amar a Dios, temer
verdaderamente a Dios, estar convencidos de que Dios escucha nuestra oración,
obedecer a Dios en todas nuestras aflicciones, mortificar nuestra
concupiscencia, etc.
46] Así
pues, la fe que acepta gratuitamente el perdón de pecados, opone a la ira de
Dios a Cristo, el Mediador y el Propiciador, y no le opone nuestros méritos o
nuestro amor. Esta fe es un conocimiento verdadero de Cristo, saca provecho de
los beneficios de Cristo, regenera los corazones y precede al cumplimiento de
la ley.
47] Y, sin
embargo, sobre esta fe no hay escrita ni una sílaba en la doctrina de nuestros
adversarios. Censuramos, por tanto, a nuestros adversarios, porque sólo enseñan
la justicia de la ley, y no enseñan la justicia del Evangelio, que proclama la
justificación por la fe en Cristo.
¿QUE ES UNA
FE QUE JUSTIFICA?
48]
Nuestros adversarios se imaginan que la fe es sólo un conocimiento de la
historia, y por eso enseñan que puede coexistir con el pecado mortal. Pero la
fe que justifica no es sólo un conocimiento de la historia, sino aceptar la
promesa de Dios de que, por gracia, por medio de Cristo, se consigue remisión
de pecados y justificación. Y para que nadie suponga que es sólo un
conocimiento, repetiremos de nuevo: desear y aceptar la promesa del perdón de
pecados y de la justificación.
49]
Fácilmente puede verse la diferencia que existe entre esta fe y la justicia de
la ley. La fe es una o servicio divino, que recibe de Dios beneficios
prometidos: la justicia de la ley es una o servicio divino, que presenta a Dios
nuestros propios méritos. Por la fe, Dios quiere que se le adore de este modo:
recibiendo de El todo cuanto nos ha prometido y nos ofrece.
50] Fe
significa no sólo conocimiento de la historia, sino esta otra fe que acepta la
promesa, y claramente lo atestigua Pablo, cuando dice, Rom. 4, 16: Por tanto es
por la fe, para que la promesa sea firme. Piensa, pues, que la promesa no puede
aceptarse sin la fe. Y por eso pone en estrecha relación y junta la promesa con
la fe.
51] Aunque
fácilmente se podrá entender lo que es la fe si consideramos el Credo, donde
consta el artículo de: La remisión de pecados. No es, pues, suficiente creer
que Cristo nació, padeció, y resucitó, sino que es preciso añadir el mencionado
artículo, que constituye la causa final de la historia: La remisión de pecados.
Y a este artículo hay que referir los demás, a saber, que, por medio de Cristo,
y no por nuestros méritos se nos concede perdón de pecados.
52] ¿Qué
necesidad había de que Cristo fuera entregado por nuestros pecados si nuestros
méritos son capaces de expiar nuestros pecados?
53] Cuantas
veces, pues, hablamos de la fe que justifica, ha de entenderse que concurren en
ella estos tres objetos: la promesa, que se hace gratuitamente, y los méritos
de Cristo como precio y propiciación. La promesa se recibe por la fe. El que
sea hecha gratuitamente excluye nuestros méritos, y significa que tan sólo por
misericordia se ha ofrecido el beneficio. Los méritos de Cristo constituyen el
precio, porque es menester que haya propiciación por nuestros pecados.
54] La
Escritura implora con frecuencia misericordia. Y los Santos Padres dicen muchas
veces que somos salvos por misericordia.
55] Cuantas
veces, pues, se hace mención de la misericordia, ha de entenderse que se
requiere la fe que acepta la promesa de misericordia. Repitámoslo: cuantas
veces hablamos de la fe, queremos que se entienda su objeto, a saber, la
misericordia prometida.
56] La fe
no justifica o salva porque de por sí sea una obra digna, sino tan sólo porque
acepta la misericordia prometida.
57] Y este
culto, o servicio divino, esta se ensalza a cada paso en los Profetas y en los
Salmos, aunque la ley no enseña la remisión gratuita de los pecados. Pero los
padres conocían la promesa referente a Cristo, y sabían que Dios deseaba
perdonar los pecados por medio de Cristo. Y así, comprendiendo que Cristo era
el precio que había que pagar por nuestros pecados, sabían que nuestras obras
no eran precio para expiación tan grande. Por eso aceptaban por la fe la
misericordia gratuita y la remisión de pecados, como hacen los santos en el
Nuevo Testamento.
58] A esto
se refieren las frecuentes declaraciones acerca de la misericordia y de la fe
en los Salmos y en los Profetas, como ésta, Sal. 130, 3 sg: Sí mirares a los
pecados, ¿quién, oh Señor, podrá mantenerse? Aquí confiesa David sus pecados, y
no alega sus méritos. Y añade: Empero hay perdón cerca de ti. Aquí pone su
confianza en la misericordia de Dios, y cita la promesa: En su palabra he
esperado. Mi alma espera a Jehová, es decir, como has prometido perdón de
pecados, me sustento con esta tu promesa.
59] Así
pues, los Padres también eran justificados, no por la ley, sino por la promesa
y la fe. Y es sorprendente que nuestros adversarios debiliten la fe de este
modo, viendo que por doquier se la ensalza como si fuera el culto principal.
Así en Sal. 50, 15: Invócame en el día de la angustia y yo te libraré.
60] Así es
como Dios quiere que se le conozca y que se le adore, y recibamos de Él sus
beneficios, y los recibamos por su misericordia, y no por nuestros méritos.
Este es el mayor consuelo en todas las tribulaciones. Nuestros adversarios
anulan estos consuelos cuando debilitan y vituperan a la fe, y enseñan sólo que
los hombres tratan con Dios por medio de sus propias obras y sus propios
méritos
61] Primero, para que nadie piense que hablamos del vano conocimiento de la historia, diremos cómo nace la fe. Después, mostraremos a la vez cómo justifica y cómo debemos entender esto, y rebatiremos los argumentos de nuestros adversarios.
62] En el capítulo
último de Lucas, 24, 47, manda Cristo: que se predicase en su nombre el
arrepentimiento y la remisión de pecados. El Evangelio convence pues a todos
los hombres de que están bajo el pecado, de que todos son culpables y merecen
eterna ira y muerte, y ofrece por medio de Cristo remisión de pecados y
justificación que se aceptan por la fe. La predicación del arrepentimiento que
nos lo proclama, estremece las conciencias con auténticos y graves temores. En
estos temores, los corazones tienen que conseguir de nuevo el consuelo. Y lo
consiguen si creen en la promesa de Cristo, a saber, que por su mediación
conseguimos perdón de pecados. Esta fe, que anima y consuela en estos terrores,
consigue remisión de pecados, justifica y vivifica. Porque este consuelo es una
vida nueva y espiritual.
63] Estas cosas son
claras y manifiestas, y pueden ser entendidas por las personas piadosas, y las
refuerzan los testimonios de la Iglesia. Nuestros adversarios no pueden decir
en ningún lugar cómo se nos concede el Espíritu Santo. Imaginan que los Sacramentos
confieren el Espíritu Santo ex opere operato, sin necesidad de un movimiento
bueno por parte de quien los recibe, como si el don del Espíritu Santo fuese
una cosa vana.
64] Pero como hablamos
de una fe que no es un vano pensamiento, sino que libra de la muerte y origina
en los corazones una vida nueva, y es obra del Espíritu Santo, no coexiste con
el pecado mortal, sino que mientras se manifiesta lleva buenos frutos, como
después lo diremos.
65] ¿Puede decirse nada
más claro y más sencillo sobre la conversión del impío o el modo en que se
efectúa su regeneración? Muéstrennos un solo comentario en las Sentencias [de
Pedro Lombardo] o en la muchedumbre de sus escritos que diga algo acerca del
modo en que se efectúa la regeneración.
66] Cuando hablan del
hábito de amor imaginan que los hombres lo consiguen por medio de sus obras, y
no enseñan que se consigue por la Palabra, como lo enseñan precisamente ahora
los anabaptistas.
67] Pero con Dios no se
puede tratar, ni a Dios se le puede aprehender sino por la Palabra. Por tanto,
la justificación se hace por la Palabra, como lo dice Pablo, Rom. 1, 16: El
Evangelio es potencia de Dios para salud a todo aquel que cree. Y asimismo,
Rom. 10, 17: La fe es por el oír. Y de aquí puede inferirse la prueba de que la
fe justifica, porque si la justificación se efectúa tan sólo por la Palabra, y
la Palabra tan sólo por la fe se aprehende, síguese que la fe justifica.
68] Pero hay otras
razones distintas y más importantes. Nos hemos referido a éstas hasta ahora
para mostrar el modo en que se efectúa la regeneración, y para que pudiera
entenderse la clase de fe de que hablamos.
69] Demostraremos ahora
que la fe justifica. En primer lugar, deben los lectores advertir aquí que, así
como hay que mantener la afirmación de que Cristo es Mediador, así también hay
que mantener la de que la fe justifica. En efecto, ¿cómo puede ser Cristo
Mediador si en la justificación no acudimos a El como Mediador, si no creemos
que por medio de El somos Justificados? Pero creer es confiar en los méritos de
Cristo y estar seguros de que por medio de El desea Dios reconciliarse con
nosotros.
70] Y así como hay que
sostener que, además de la ley, es indispensable la promesa de Cristo, así
también hay que sostener que la fe justifica. Porque la ley no puede cumplirse
sin haber recibido antes el Espíritu Santo. Es, pues, preciso sostener que la
promesa de Cristo es indispensable. Pero ésta no puede ser aceptada sino por la
fe. Por tanto, quienes niegan que la fe justifica no enseñan más que la ley, y
han anulado el Evangelio y anulado a Cristo.
71] Pero cuando se dice
que la fe justifica, algunos entienden tal vez que se habla del principio, es
decir, que la fe es el principio de la justificación, o una preparación para la
justificación, de modo que no es la fe lo que nos hace aceptos a Dios, sino las
obras que la siguen, y sueñan que se alaba mucho a la fe porque se le considera
como principio de la justificación.
Porque la fuerza del
principio es grande, y como reza el común refrán, el principio es la mitad del
todo, como si alguien dijera que la gramática hace doctores en todas las artes,
porque prepara para las otras artes, aunque cada arte confiere propiamente su
experiencia al artífice. No pensamos esto nosotros acerca de la fe, sino que
sostenemos que somos justificados o aceptos a Dios propia y verdaderamente por
la fe misma, por medio de Cristo.
72] Porque ser
justificados significa ser transformados de injustos en justos o regenerados, y
significa por tanto ser declarados o considerados justos. De una y otra manera
se expresa la Escritura. Por tanto, deseamos mostrar primero que la fe sola
transforma al injusto en un justo, es decir, consigue remisión de pecados.
73] Molesta a algunos
la palabra sola, aun cuando Pablo dice, Rom. 3,28: Concluimos ser el hombre
justificado por fe sin las obras. Asimismo, Efe. 2, 8,9: Es don de Dios, no de
vosotros, no por obras, para que nadie se gloríe. Y en Rom. 3,24: Justificados
gratuitamente. Si no les agrada la palabra sola, quiten también de los pasajes
de Pablo las palabras tan exclusivas: gratuitamente, no por obras, es don, etc.
Porque también estos vocablos son exclusivos. Sin embargo, la idea de mérito es
lo que rechazamos. No excluimos la Palabra o los Sacramentos, como lo pretenden
falsamente nuestros adversarios. Ya hemos dicho que la fe se concibe por la
Palabra, y que honramos mucho el ministerio de la Palabra.
74] Asimismo, el amor y
las obras deben seguir a la fe. Por tanto, no las excluimos negando que deben
seguir a la fe. Las excluimos tan sólo como confianza en nuestro amor y en
nuestras obras como méritos para nuestra justificación. Y esto vamos a
mostrarlo claramente.
QUE CONSEGUIMOS REMISIÓN DE
PECADOS POR LA FE SOLA
EN CRISTO.
75] Pensamos que hasta nuestros adversarios reconocen que en la justificación es necesario primero el perdón de pecados. Porque todos estamos bajo el pecado. Y por eso razonamos así:
76] Conseguir remisión
de pecados es ser justificados, de acuerdo con el Sal.32, 1: Bienaventurado
aquel cuyas iniquidades son perdonadas.
77] Por la fe sola en
Cristo, no por amor, no por las obras del amor, conseguimos remisión de
pecados, aunque el amor sigue a la fe.
78] Por tanto, somos
justificados por la fe sola, entendiendo por justificación la transformación de
un hombre injusto en un justo, es decir, ser regenerado.
79] Con mayor facilidad
podrá aclararse esto si sabemos cómo se consigue remisión de pecados. Nuestros
adversarios disputan con gran indiferencia de si la remisión de pecados y la
comunicación de la gracia constituyen una sola transformación. Como son hombres
vanos, no tenían respuesta que dar. En la remisión de pecados es preciso vencer
en nuestros corazones los terrores del pecado y de la muerte eterna, como lo
afirma Pablo, 1ª Cor. 15,56 sg: El aguijón de la muerte es el pecado y la
potencia del pecado, la ley. Mas a Dios gracias, que nos da la victoria por el
Señor nuestro Jesucristo. Quiere decir: el pecado llena de terror las
conciencias, y esto ocurre por causa de la ley, que nos muestra la ira de Dios
contra el pecado, pero por Cristo seremos vencedores. ¿De qué modo? Por la fe,
cuando cobramos ánimo por nuestra confianza en la misericordia prometida por
medio de Cristo.
80] Y de este modo
probamos la menor. La ira de Dios no puede aplacarse si le oponemos nuestras
obras, porque Cristo nos ha sido propuesto como Propiciador, para que por su
Mediación sea reconciliado el Padre con nosotros. Pero no podemos aprehender a
Cristo como Mediador sino por la fe. Por tanto, conseguimos remisión de pecados
por la fe sola, cuando levantamos nuestros corazones por nuestra confianza en
la misericordia prometida por medio de Cristo.
81] Asimismo, Pablo,
Rom. 5,2, dice: Por el cual también tenemos entrada al Padre. Y añade: Por la
fe. Luego somos reconciliados con el Padre, y conseguimos remisión de pecados,
cuando levantamos nuestros corazones por nuestra confianza en la misericordia
prometida por medio de Cristo. Nuestros adversarios entienden que Cristo es
Mediador y Propiciador porque mereció el hábito de amor, pero ahora no dicen
que debemos acudir a este Mediador, sino que después de haber sepultado a
Cristo por completo, imaginan que tenemos entrada al Padre por nuestras propias
obras, que por ellas merecemos ese hábito de amor, y que por medio de ese amor
nos acercamos después a Dios ¿No es esto, por ventura, sepultar a Cristo por
completo y anular toda la doctrina de la fe? Por el contrario, Pablo enseña que
tenemos entrada al Padre, esto es, reconciliación por medio de Cristo. Y para
mostrar cómo esto se verifica, añade que tenemos entrada al Padre por la fe.
Así pues, conseguimos remisión de pecados por la fe, por medio de Cristo. No
podemos oponer a la ira de Dios nuestro amor y nuestras obras.
82] Segundo. Es cierto
que los pecados son perdonados por medio de Cristo, el Propiciador, Rom. 3,25:
Al cual Dios ha propuesto en propiciación. Además, Pablo añade: Por la fe. Nos
beneficiamos, por tanto, de este Propiciador, cuando por la fe aprehendemos la misericordia
prometida en El, y la oponemos a la ira y al juicio de Dios. Y con el mismo
efecto, escrito está en Hebreos, 4, 14, 16: Por tanto, teniendo un gran
Pontífice, etc., Lleguémonos confiadamente. Nos manda, pues, el apóstol que nos
lleguemos a Dios, no confiados en nuestros méritos, sino poniendo nuestra
confianza en Cristo, el Pontífice. El apóstol requiere pues la fe.
83] Tercero. Pedro, en
Hech. 10, 43: A éste dan testimonio todos los profetas, de que todos los que en
él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre. ¿Pudo hablar con mayor
claridad? Dice que recibimos perdón de pecados por su nombre, esto es, por
medio de Él. Luego no es por nuestros méritos, contrición, amor, culto u obras.
Y añade: Todos los que en él creyeren. Requiere pues la fe. Porque no podemos
aprehender el nombre de Cristo sino por la fe. Habla, además, de la opinión
unánime de todos los profetas. Esto es, en verdad, alegar la autoridad de la
Iglesia. Mas de este tópico hemos de volver a tratar al hablar del arrepentimiento.
84] Cuarto. La remisión
de pecados es cosa prometida por medio de Cristo. Por tanto, no puede ser
recibida más que por la fe sola. Porque la promesa no puede recibirse más que
por la fe sola. Rom. 4, 16: Por tanto es por la fe, para que sea por gracia,
para que la promesa sea firme. Como si dijera: si la cosa dependiese de
nuestros méritos, la promesa sería incierta e inútil, porque nunca podríamos
determinar cuándo habíamos merecido lo suficiente. Fácilmente pueden entender
esto las conciencias experimentadas. Por eso dice Pablo, Gal. 3,22: Mas encerró
todo bajo pecado, para que la promesa fuese dada a los creyentes por la fe de
Jesucristo. Aquí anula nuestro mérito, porque dice que somos todos reos, y
encerrados bajo pecado, y añade después que la promesa de remisión y
justificación es dada, y declara cómo puede ser recibida la promesa, es decir,
por la fe. Este razonamiento, sacado de la naturaleza de una promesa, es para
Pablo el más importante, y se repite muchas veces. Y no puede inventarse o
imaginarse razonamiento alguno por el que pueda derribarse este argumento de
Pablo.
85] Por tanto, no
consientan las buenas mentes que se les aparte de la creencia de que solamente
por la fe conseguimos perdón, por medio de Cristo. En ella tienen consuelo
seguro y firme contra los terrores del pecado, contra la muerte eterna y contra
todas las puertas de los infiernos.
86] Por tanto, como por
la fe sola conseguimos perdón de pecados y recibimos el Espíritu Santo, la fe
sola justifica, porque los reconciliados son justificados y transformados en
hijos de Dios, no por su propia limpieza, sino por misericordia, por medio de
Cristo, si aprehenden por la fe esta misericordia. Por eso declara la
Escritura, Rom. 3, 26, que justifica al que es de la fe de Jesús. Añadiremos
asimismo los testimonios que dicen claramente que la fe es la justicia misma,
por la cual somos justificados para con Dios, es decir, no porque sea obra
digna de por sí, sino porque recibe o acepta la promesa hecha por Dios de que
por medio de Cristo desea ser propicio a quienes en El creen, y porque sabe que
Cristo nos ha sido hecho por Dios sabiduría y justificación, y santificación y
redención, 1 Cor. 1, 30.
87] En la Epístola a
los Romanos, Pablo trata sobre todo este tema, y afirma que somos justificados
gratuitamente por la fe, cuando creemos que Dios se ha reconciliado con
nosotros por medio de Cristo. Y aduce, en el capítulo tercero, esta
proposición, que encierra todos los aspectos de la discusión: Así que,
concluimos ser el hombre justificado por fe sin las obras de la ley, Rom. 3,28.
Nuestros adversarios interpretan el pasaje como refiriéndose a las ceremonias
Levíticas. Pero Pablo no habla sólo de las ceremonias, sino de toda la ley. Más
abajo, en efecto, Rom. 7, 7, cita el mandamiento del Decálogo: No codiciarás.
Si las obras morales consiguen perdón de pecados y justificación, no hay
ninguna necesidad de Cristo, ni de la promesa, y caerían por tierra cuantos
razonamientos hace Pablo sobre la promesa. Se equivocaba cuando escribía a los
Efesios, 2, 8: Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de
vosotros, pues es don de Dios. Asimismo, Rom. 4,1,6, Pablo se refiere a Abraham
y se refiere a David. Pero estos habían recibido mandamiento de Dios acerca de
la circuncisión. Por tanto, si justificaban ciertas obras, era menester que
procediesen, para justificar, de un mandamiento de Dios. Agustín dice
claramente que Pablo habla de toda la ley, cuando discute detalladamente la
cuestión en su obra Del Espíritu y de la Letra, y termina con estas palabras:
Consideradas, pues, estas materias, y tratadas hasta donde nos lo han permitido
las fuerzas que el Señor se ha dignado concedernos, deducimos que el hombre no
se justifica por los preceptos de una vida buena, sino por la fe en Jesucristo.
88] Y para que no
pensemos que salió temerariamente de Pablo la sentencia de que la fe justifica,
la defiende y confirma en el capítulo cuarto de la Epístola a los Romanos, y la
repite después en todas las demás epístolas.
89] Dice así, Rom. 4,
4, 5: Empero al que obra, no se le cuenta el salario por merced, sino por
deuda. Mas al que no obra, pero cree en aquel que justifica al impío, la fe le
es contada por justicia. Aquí dice claramente que la fe misma es contada por
justicia. La fe es, pues, aquella cosa que Dios declara ser justicia, y añade
que se cuenta gratuitamente, y niega que pueda ser contada gratuitamente si se
debe por salario de las obras. Por eso excluye también el mérito de las obras
morales. Porque si a éstas se debiese justificación para con Dios, no sería
contada por justicia la fe sin las obras.
90] Y después, Rom. 4,
9: Porque decimos que a Abraham le fue contada la fe por justicia.
91] En el Capítulo 5,
1, dice: Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios, esto es,
tenemos conciencias que están tranquilas y alegres delante de Dios.
92] Rom. 10, 10: Porque
con el corazón se cree para justicia. Aquí declara que la fe es justicia del
corazón.
93] Gal. 2,16: Nosotros
también hemos creído en Jesucristo, para que fuésemos justificados por la fe de
Cristo, y no por las obras de la ley. Efe. 2, 8: Porque por gracia sois salvos
por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios. No por obras,
para que nadie se gloríe.
94] Juan, 1,12: Les dio
potestad de ser hechos hijos de Dios, a los que creen en su nombre: los cuales
no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón,
mas de Dios.
95] Juan, 3, 14,15: Y
como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo
del hombre sea levantado; para que todo aquel que en él creyere, no se pierda.
96] Lo mismo en el
versículo 17: Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para que condene al
mundo, mas para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree no es
condenado.
97] Hech. 13, 38,39:
Sea os pues notorio, varones hermanos, que por éste os es anunciada remisión de
pecados; Y de todo lo que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados,
en éste es justificado todo aquel que creyere. ¿Pudo hablarse con mayor
claridad del oficio de Cristo y de la justificación? La ley, dice, no
justificaba. Por eso nos ha sido dado Cristo, para que creamos que somos
justificados por El. Claramente le quita a la ley el poder de justificar. Luego
somos justificados por medio de Cristo, cuando creemos que Dios se ha
reconciliado con nosotros por medio de Cristo.
98] Hech. 4, 11, 12:
Esta es la piedra reprobada de vosotros los edificadores, la cual es puesta por
cabeza de ángulo. Y en ningún otro hay salud; porque no hay otro nombre debajo
del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos. Pero el nombre de
Cristo se aprehende sólo por la fe. Por tanto, somos salvos por la confianza en
el nombre de Cristo, y no por la confianza en nuestras obras. Porque nombre
aquí significa la causa que se alega, por la que se efectúa nuestra salvación.
Y alegar el nombre de Cristo es confiar en el nombre de Cristo como en la causa
o precio por el que somos salvos.
99] Hech. 15, 9:
Purificando por la fe sus corazones. Por tanto, la fe de que hablan los
apóstoles no es un conocimiento vano, sino obra que recibe el Espíritu Santo y
que nos justifica.
100] Habac. 2,4: Mas el
justo por su fe vivirá. Aquí dice primero que los hombres son justos por la fe,
mediante la cual creen que Dios les es propicio, y añade que esta misma fe
vivifica, porque esta fe produce en el corazón paz, gozo y vida eterna.
101] Isa. 53,11: Por su
conocimiento justificará mi siervo justo a muchos. Pero ¿qué es conocer a
Cristo, sino conocer los beneficios de Cristo y las promesas que ha derramado
por el mundo en su Evangelio? Conocer estos beneficios es propia y
verdaderamente creer en Cristo, creer que las promesas que ha hecho Dios por
medio de Cristo las cumplirá con toda seguridad.
102] Pero la Escritura
está llena de testimonios semejantes, porque unas veces se refiere a la ley, y
otras a las promesas acerca de Cristo, del perdón de pecados y de la remisión
gratuita por medio de Cristo.
103] También en los
Padres se encuentran testimonios similares. Ambrosio dice en su Epístola a
Ireneo: Además el mundo fue sujetado a El por la ley, porque, según
prescripción de la ley, todos son culpados, y sin embargo ninguno es
justificado por las obras de la ley, es decir, porque el pecado se manifiesta
por la ley, pero la culpa no se satisface. Parecía que la ley era injuriosa,
pues nos hacía a todos pecadores, pero cuando vino el Señor Jesús nos perdonó a
todos el pecado que nadie podía evitar, y borró con la efusión de su sangre la
escritura que nos condenaba. Esto es lo que se dice en Rom. 5,20: La ley empero
entró para que el pecado creciese; mas cuando el pecado creció, sobrepujó la
gracia. Porque cuando todo el mundo fue sometido, quitó el pecado de todo el
mundo, como lo atestiguó Juan Bautista diciendo, Juan. 1,29: He aquí el Cordero
de Dios, que quita el pecado del mundo. Por tanto, nadie se gloríe en las
obras, porque nadie es justificado por sus hechos. Mas el que es justo ha
recibido una dádiva, porque ha sido justificado después del Bautismo. La fe es
pues la que liberta por la sangre de Cristo, porque bienaventurado aquel cuyas
iniquidades son perdonadas, y borrados sus pecados, Sal. 32, 1.
104] Estas son
palabras de Ambrosio que claramente confirman nuestras creencias: separa la
justificación de las obras, y la concede a la fe que liberta por la sangre de
Cristo.
105] Reúnanse en un
montón todos los sentenciarios que se adornan con títulos magníficos, pues a
unos se les llama angélicos, a otros sutiles y a otros irrefutables. Ninguno de
ellos, leídos y releídos, nos ayudarán a entender a Pablo lo que nos ayuda este
único párrafo de Ambrosio.
106] Con el mismo
objeto, Agustín escribe muchas cosas contra los pelagianos. En su obra titulada
Del Espíritu y de la Letra, dice así: La justicia de la ley, a saber, que el
que la cumple vive en ella, se explica diciendo que cuando un hombre ha reconocido
su enfermedad, puede alcanzar y hacer lo mismo y vivir en ello conciliándose al
Justificador, no por su propia fuerza, o por la letra de la ley (lo que es
imposible), sino por la fe. Con la excepción del hombre justificado, no existe
ninguna obra buena por la que pueda justificarse el que la hace. Pero la
justificación se alcanza por la fe. Aquí dice claramente que al Justificador se
le aplaca por la fe, y que la justificación se consigue por la fe. Y poco
después: Por la ley tememos a Dios; por la fe esperamos en Dios. Pero a los que
temen el castigo la gracia se les esconde; y sufriendo el alma, etc., con este
temor busca refugio el alma por la fe en la misericordia de Dios, para que El
conceda lo que El ordene. Aquí enseña que los corazones se aterrorizan por la
ley y consiguen consuelo por la fe, y nos enseña a que procuremos aprehender
por la fe la misericordia antes que cumplir la ley. Citaremos pronto otros
pasajes.
107] Es cosa
verdaderamente extraña que nuestros adversarios no se sientan movidos por
tantos pasajes de la Escritura, que atribuyen abiertamente la justificación a
la fe, negándosela claramente a las obras.
108] ¿Piensan acaso que
en vano se repite lo mismo tantas veces? ¿Piensan acaso que se descuidó el
Espíritu Santo sirviéndose de estas expresiones a la ligera?
109] También han
inventado un sofisma con el que las soslayan. Dicen que estos pasajes se
refieren a una fides fórmala, es decir, que no atribuyen justificación a la fe
sino por medio del amor. Es más: no atribuyen en absoluto justificación a la
fe, sino tan sólo al amor, porque sueñan que la fe puede coexistir con el
pecado mortal.
110] ¿Hasta dónde se
llega con esto sino hasta anular de nuevo la promesa y volver a la ley? Si la
fe consigue remisión de pecados por medio del amor, siempre quedará en la
incertidumbre el perdón de pecados, porque nunca amamos tanto cuanto debemos:
es más, no amamos sino cuando nuestros corazones se hallan firmemente
convencidos de que nos ha sido concedida la remisión de pecados. Y así, cuando nuestros
adversarios requieren la confianza en el propio amor para la remisión de
pecados y la justificación, anulan por completo el Evangelio de la gratuita
remisión de pecados, aunque ese amor ni lo dan ni lo entienden, a no ser que
crean que la remisión de pecados se consigue gratuitamente.
111] Nosotros también
decimos que el amor debe seguir ala fe, como lo declara Pablo, Gal. 5, 6:
Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión, sino
la fe que obra por la caridad.
112] Mas no por eso se
ha de creer que la confianza en ese amor o que por medio de ese amor
conseguimos perdón de pecados y reconciliación, así como tampoco conseguimos
perdón de pecados por las otras obras que le siguen, sino que por la fe sola, y
por la fe propiamente dicha se consigue remisión de pecados, porque la promesa
no puede recibirse sino por la fe.
113] Hay, en efecto,
una fe propiamente dicha, y esta fe es la que acepta la promesa. Y de esta fe
es de la que se nos habla en la Escritura.
114] Y como
consigue remisión de pecados y nos reconcilia con Dios, somos hechos justos
primero por esta fe, por medio de Cristo, antes de que amemos y de que
cumplamos la ley, aunque necesariamente tiene que seguir el amor.
115] Y esta fe no es un
conocimiento vano, ni puede coexistir con el pecado mortal, sino que es obra
del Espíritu Santo por la que somos libertados de la muerte y animadas y
vivificadas las mentes atemorizadas.
116] Y como esta fe
sola consigue remisión de pecados y nos hace aceptos a Dios, y nos concede el
Espíritu Santo, mejor podría llamarse gratia gratum faciens, gracia que le hace
a uno acepto a Dios, y no el efecto que se sigue, es decir, el amor.
117] Hasta aquí hemos
demostrado, con suficiente abundancia de testimonios de la Escritura, y
argumentos sacados de la Escritura, para que nuestra discusión fuese más clara,
que por la fe sola somos justificados, esto es, que somos transformados de
injustos en justos o regenerados.
118] Fácilmente, pues,
puede juzgarse cuan necesario es el conocimiento de esta fe, porque sólo en
ella se manifiesta el oficio de Cristo, sólo por ella conseguimos los
beneficios de Cristo, sólo ella da consuelo seguro y firme a las mentes
piadosas.
119] Y es conveniente
que en la Iglesia se mantenga viva una doctrina en la cual pueden fundar las
personas piadosas una esperanza segura de salvación. Porque nuestros
adversarios aconsejan mal a los hombres cuando les mandan dudar de que pueden
conseguir remisión de pecados. ¿Cómo se sostendrán en la muerte quienes nada
han oído de esta fe y creen que deben dudar de la remisión de pecados?
120] Por otra parte, es
necesario mantener en la Iglesia el Evangelio de Cristo, es decir, la promesa
de que gratuitamente, por medio de Cristo, los pecados son perdonados.
Aniquilan por completo este Evangelio quienes nada dicen de esta fe de que
hablamos.
121] Y los escolásticos
precisamente no dicen ni una sola palabra de esta fe. A ellos siguen nuestros
adversarios, y rechazan esta fe. Y no ven que, al rechazar esta fe, anulan por
completo la promesa de la remisión gratuita de los pecados y de la justicia de
Cristo.