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Novela «El Terror de Alicia» Autor: Miguel Ángel Moreno Villarroel

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Vigésimo domingo después de Pentecostés - Engrandeciéndome ante Dios, juzgando al prójimo



26 de octubre 2025

Vigésimo domingo después de Pentecostés.

 

Director del servicio: Emilio Jesús Moreno

 

Lecturas: Salmo 84:1-7; Jeremías 14:7-10; 2 Timoteo 4:6-8, 16-18; Lucas 18:9-14

 

Tema de hoy: Engrandeciéndome ante Dios, juzgando al prójimo

 

El mensaje para el día de hoy, cuando arribamos al día vigésimo después de haber asistido al servicio de celebración de Pentecostés, nos dirige a tratar un tema en el cual la mayoría de las veces estamos dados a caer, y se trata de la falsa santidad ante nuestro Dios.

 

El salmista nos habla acerca de la felicidad que nos debe traer el vivir en el templo de Dios; lo maravilloso de cantar y alabarle alegres. Hermanos, debemos estar seguros de dónde procede nuestra felicidad y, si somos sabios y justos, entonces reconoceremos que ella proviene exclusivamente de nuestro Dios.

 

Cuando leemos el pasaje del profeta Jeremías asignado para hoy, vemos que él clama a Jehová diciéndole: «¡Señor, aunque nuestros pecados nos acusan, actúa por el honor de tu nombre!» Y enseguida reconoce de manera clara y franca: «Muchas veces te hemos sido infieles, hemos pecado contra ti»; el profeta reconoce su vida de pecado, por más insignificantes que estos sean o no los recuerde. Él sabe que Dios no puede ser engañado y quien trate de ocultar su mal proceder y desafortunados deseos se engaña así mismo y no recibirá el perdón del Todopoderoso.

 

En la epístola para el día de hoy, aprendemos del Apóstol Pablo que debemos pelear la buena batalla de la fe, mantenernos fieles a la sana doctrina de la salvación eterna que ha sido lograda por Nuestro Señor Jesucristo para y por nosotros, por medio de su muerte sacrificial en la cruz. Es así, como también nos transmite la seguridad en que el Señor nos librará de todo mal y nos preservará en una fe intacta para su reino celestial.

 

La buena batalla de que trata el Apóstol, no está relacionada en lo absoluto con el desempeño de obras para ganar el cielo, sino, con el perseverar en la fe, manteniéndonos unidos a Nuestro Señor Jesucristo en todo tiempo, sin desmayar; solo él, Nuestro Dios, nos sostiene con su mano poderosa y nos hace seguir adelante.

 

El evangelio para hoy, nos trae como misión el tratar de enseñar a aquellos que erróneamente justificándose con su «buena conducta» y siguiendo esta línea, proceden a despreciar a los demás.

 

Nuestro Dios y Salvador Jesucristo, pasa a relatarnos una parábola en la cual dos hombres van al templo y comienzan a orar, uno era fariseo y el otro un hombre de mala fama, de esos que cobraban impuestos para el imperio romano. El fariseo oraba dando gracias a Dios porque él no era como los demás que eran pecadores evidentes y, también aludiendo al cobrador de impuesto, dice: «y porque tampoco soy como ese cobrador de impuestos» y de esta manera continúa diciéndole a Dios todo lo bueno que él hace; mas por el otro lado el cobrador de impuestos, desde la distancia, sintiéndose y sabiéndose culpable y pecador, no se atrevía a levantar la vista al cielo, sino que, muy humillado ante Dios se golpeaba el pecho en señal de dolor, y decía: «¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!».

Remata Jesús para concluir: «Les digo que este cobrador de impuestos volvió a su casa ya perdonado por Dios, pero el fariseo no. Porque el que a sí mismo se engrandece, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido».

 

Hermanos, el cobrador de impuestos solamente tenía para mostrar a Dios su vergüenza y el reconocerse pecador. Era tanto el dolor que sus actos y la certeza que tenía de la existencia de un Dios que lo sabe todo, que este, ni siquiera tenía voluntad o ánimo de volver su mirada hacia el cielo. El pecador mostraba una actitud de humildad; mientras que el fariseo exhibía toda una lista de cosas que él suponía que Dios le debía reconocer, y otorgarle por ello la salvación de su alma y vida eterna.

 

Hermanos, que nos sirva esta parábola de enseñanza en el sentido de que, no hagamos como muchos suelen hacer, es decir, que por «cumplir» con ir a la iglesia cada fin de semana, juzgan duramente a personas que ellos consideran: «mundanas, perdidas o desahuciadas» de estar algún día ante la presencia victoriosa y eterna de Dios. Humillémonos ante Dios, para que en el futuro seamos engrandecidos por Nuestro Dios.

 

Oremos:

Amado Dios de los cielos y de la eternidad, hoy te rogamos que nos enseñes a ser cada día más humildes, y reconocer que solamente tú conoces los corazones, y no nos corresponde a nosotros el juzgar a nuestros semejantes.

Amén. Dios los bendiga, y recuerden. ¡¡Sólo Dios Salva!!


Decimoctavo domingo después de Pentecostés - ¡Un noventa por ciento de malagradecidos!



12 de octubre 2025

Decimoctavo domingo después de Pentecostés.

 

Autor: Miguel Moreno

 

Lecturas: Salmo 111; 2 Reyes 5:1-3, 7-15c; 2 Timoteo 2:8-15; Lucas 17:11-19

 

Tema de hoy: ¡Un noventa por ciento de malagradecidos!


El mensaje para el día de hoy, cuando arribamos al día dieciocho después de haber asistido al servicio de celebración de Pentecostés, nos dirige a tratar un tema que es muy particular por decir lo menos, y se trata de la honra y agradecimientos debidos a Dios.


Así las cosas, en el Salmo 111 versículo 10 leemos: «La mayor sabiduría consiste en honrar al Señor; los que le honran, tienen buen juicio. ¡Dios será siempre alabado!»


De entrada el salmista por inspiración divina nos enseña que no hay mayor sabiduría que apreciar y respetar lo que Dios significa y hace en favor nuestro. Y también añade que la persona que enaltece al Señor, debe tenerse por un ser que goza de entendimiento, prudencia y buen proceder en todos sus actos. 

En la primera lectura asignada para hoy nos encontramos con un hombre de nombre Naamán, quien era jefe del ejército del rey de Siria, y quien estaba enfermo de lepra; supo por medio de una niña israelita que había sido hecha cautiva, que si él acudía al profeta que estaba en Samaria obtendría la salud. El rey de Siria envió carta al rey de Israel para que lo curara, el rey de Israel se enfureció mucho diciendo que él no era Dios para curar de tan terrible enfermedad a nadie.


Cuando el profeta Eliseo se enteró de lo que había sucedido, le mandó a decir al rey que le dijera al leproso que fuera a visitarle; mas cuando el hombre se presentó ante el profeta Eliseo, éste le indicó como medicina para su mal, que se lavara siete veces en el río Jordán, prometiéndole que su cuerpo quedaría totalmente sano. En fin, a Naamán no le gustó mucho la medicina propuesta por el profeta; pero al final atendió con obediencia lo prescrito por Eliseo y su piel se volvió como la de un joven. Y ya en el versículo 15c podemos apreciar a un Naamán agradecido con Dios por haber sido curado de esa terrible enfermedad como lo era y lo sigue siendo la lepra «¡Ahora estoy convencido de que en toda la tierra no hay Dios, sino sólo en Israel!»


El militar Naamán al dar gracias y reconocimiento al Dios de Israel, manifestó que lo que le curó no fue el agua del río Jordán, sino el poder de Dios que actuó por la fe que él puso en la promesa expresada por el profeta Eliseo.


En la epístola leída hoy, Pablo, en su carta a su amigo Timoteo, también considerado como un hijo, le dice bajo la inspiración celestial en el versículo 13 «si no somos fieles, él sigue siendo fiel, porque no puede negarse a sí mismo».


En el pasaje del Santo evangelio asignado para ser leído, estudiado, predicado y acogido en nuestras mentes y corazones, nos hallamos ante la presencia de nuestro Señor Jesucristo, quien de camino a Jerusalén pasó entre las regiones de Samaria y Galilea. Allí se le aparecieron diez hombres que estaban enfermos de lepra, y desde la distancia le gritaban que tuviera compasión de ellos; nuestro Señor, solamente les dijo: vayan y preséntense al sacerdote, esto, en cumplimiento de las instrucciones dadas por Dios a Moisés cuando se trataba de la purificación de los leprosos Levítico 14: 1-32; es decir, entre otras indicaciones: el sacerdote verificaba si el enfermo había sido sanado y, si efectivamente lo estaba, le ordenaba traer una serie de elementos para cumplir con el rito de la purificación.


En pocas palabras, lo que Jesús les quería dar a entender era que ya habían sido sanados. Mientras los hombres iban caminando, se dieron cuenta que estaban sanos; solamente uno de los hombres al verse curado se regresó y se arrodilló para dar gracias a Jesús. El Señor le preguntó a quien aún estaba inclinado en el suelo: ¿Y es que acaso no eran diez los leprosos sanados? ¿Dónde están los otros nueve? ¿Solamente un extranjero ha regresado para dar gloria y gracias a Dios?


En la lectura del antiguo testamento, vimos que el militar y extranjero de nombre Naamán fue un leproso que supo expresar el agradecimiento sincero ante el Dios de Israel; mas del evangelio hoy leído, vemos que de  diez hombres leprosos, solamente uno y además extranjero se regresó para dar gracias a Dios.


Hermanos, solamente volvió para dar gracias a quien honra merece un diez por ciento de los beneficiados por el Señor Jesucristo. Muchas personas hablan que en las listas de oraciones la sección menos llena siempre es la que corresponde con las «Acciones de Gracia del Pueblo de Dios» de lo que podemos concluir que, somos rápidos y constantes para pedirle a Dios todo lo que se nos ocurra; pero a la hora de ser agradecidos, siempre somos muy pocos, a lo máximo un diez por ciento, es decir el noventa por ciento se comportará indiferente o malagradecido ante los milagros de Dios. Si bien esto es así, no nos aflijamos, ya que Dios lo dijo por medio de la pluma del apóstol Pablo en 2 Timoteo Capítulo 2, versículo 13: «si no somos fieles, él sigue siendo fiel, porque no puede negarse a sí mismo».


Hermanos, seamos obedientes, como lo fue al final Naamán, a lo que Dios nos dice que hagamos en determinados casos, no solamente en lo referente a la salud y veremos el milagro del Señor, y cuando esto suceda, pidamos a su grandeza y misericordia que permita comportarnos como el único leproso que regresó a dar gracias, honor, respeto y alabanzas a nuestro Dios Santo de Israel.


Oremos: Dios de cielo y tierra, creador de todo lo visible e invisible, danos tu gracia, para poder confiar en tus mandamientos sin cuestionamiento alguno, y reconocer en ti al dador de toda nuestra dicha y bienestar.

Amén. Dios los bendiga, y recuerden: ¡Solo Dios salva!


Decimoséptimo Domingo Después de Pentecostés - Una pequeña fe nos hace servir con humildad



05 de octubre 2025

Decimoséptimo Domingo Después de Pentecostés 

Autor:  Moreno Villarroel

Lecturas: Salmo 37:1-9; Habacuc 1:1-4; 2:1-4; 2 Timoteo 1:1-14; Lucas 17:5-10


Tema de hoy: Una pequeña fe nos hace servir con humildad

 

Hermanos, ¿cuántas veces nos hemos equivocado en relación a algún producto o bien que, siendo de pequeñas dimensiones, luego resulta asombrar a la persona que lo adquirió?


Desde un medicamento contenido en una mínima pastilla hasta algún artefacto electrodoméstico que lo compramos sin mucho interés, y cuando los utilizamos nos sorprende con exagerado asombro su potencia o calidad, más allá de su tamaño y hasta precio pagado por éste.


 También, tal vez, podemos haber conocido la frase en algún diálogo: «fulanita está medio embarazada, ante lo que la otra persona le responde: no se puede estar medio embarazada, eso no existe, o se está embarazada o no se está».


En la vida hay cosas que no se pueden valorar o predecir su ejecución por el tamaño que presenta.


Los discípulos consideraban que no podían vivir según las enseñanzas de Jesús y, menos en esa esfera social y religiosa en la que agradar a Dios estaba supeditada a cumplir la ley dada por el creador al pueblo de Israel.


Ellos, los discípulos, le piden a Jesús que les aumente la fe y él les da a entender que no existen grados de la fe, sino solamente la fe, la cual tiene tanto poder que puede desarraigar un árbol y ordenarle que se mueva, si con fe se lo pidieran.


No es nuestro estado de cuenta bancario ni nuestros estados de ánimo lo que respalda ni dirige nuestra fe para hacerla efectiva y suficiente, y de esta manera enfrentar el mal, el sufrimiento y los desafíos de la vida.


En el evangelio para hoy Jesús también enseña sobre de lo que no se debe esperar el recibir reconocimientos ni honores; por ejemplo: un trabajador que labora y se esfuerza más que sus compañeros, solamente debe aspirar a su paga al igual que los demás y, tener conciencia de que no le está haciendo ningún favor a su patrón, porque ha recibido una contraprestación por su obra, es decir, se le ha entregado su salario equivalente por los servicios prestados.


Esto quiere significar que la obediencia a Dios no se trata de logros o expectativas de premios o reconocimientos humanos, sino de cumplir la voluntad de Dios con humildad.


La gracia de Dios nos sostiene, nos llama a la obediencia humilde y nos fortalece para perseverar en medio de las dificultades y tentaciones y es bien sabido que nunca tendremos como pagarle a nuestro Señor.


Oremos:

Que Dios nos haga entender día a día que no necesitamos de emocionalidades para desarrollar nuestra fe y ver sus beneficios, y de esta manera servir en su reino sin esperar nunca nada a cambio porque él ya nos lo ha dado todo.

Amén. Dios los bendiga, y recuerden. ¡¡Sólo Dios Salva!!


Decimosexto Domingo Después de Pentecostés - ¡Que los bienes que me das no me alejen de ti, Señor!



28 de septiembre 2025

Decimosexto Domingo Después de Pentecostés 

Autor:  Moreno Villarroel

Lecturas: Salmo 146; Amós 6:1a, 4-7; 1 Timoteo 6:6-19; Lucas 16:19-31


Tema de hoy: ¡Que los bienes que me das no me alejen de ti, Señor!

 

El evangelio de hoy nos narra la única parábola que tiene nombres y, se ha discutido si es una parábola o una historia verdadera la que expone Jesús.


Bueno, primeramente en la parábola Dios no trata de penalizar al Rico por el solo hecho de serlo, ni de premiar con el cielo a Lázaro por ser pobre (muchos de quienes se han hecho monjes mendicantes, tal vez siguen este ejemplo de Lazaro como una forma de vida a imitar, en la creencia de que esta obra les llevará al cielo, hecho que está muy lejos de la realidad).


Se trata de la inversión de las riquezas en los asuntos del Reino de Dios y, que el disfrute de los recursos que nos da Dios, no nos distraigan de su camino.


Mientras el rico vivía, nunca tuvo compasión del hombre que se recostaba a la puerta de la entrada de su casa, y era tanto su desdicha que no podía espantar a los perros que llegaban a lamer sus heridas.

Jesús da por entendido que el mendigo no tenía la vida de derroche socio económico que exhibía el hombre rico y, este era el motivo que le mantenía rogando a Dios por su vida.


Así las cosas, el salmo de hoy nos invita a poner la confianza solamente en el Señor porque los poderes de este mundo no pueden salvar.


El pasaje del antiguo testamento nos enseña que los ricos se dedicaban al disfrute máximo de sus riquezas, mientras el país caía en una profunda crisis, tal como lo vemos hoy en día en los países en los cuales sus gobernantes corruptos, roban el erario público y crean la escasez y miseria en la población que los eligió.


En la epístola, Pablo coincide con las anteriores lecturas y le dice a Timoteo: quienes se enriquecen caen en la «trampa» de la tentación y muchos codician cosas necias y dañinas que llevan al ser humano a la destrucción y perdición eternas.


Al final el rico muere y va al lugar de tormento y ve a la lejos a Lázaro con Abrahán, le pide que mande a Lázaro que le calme la sed mojando la punta de su dedo; pero Abrahán le dice que eso no puede ser porque hay un abismo muy grande entre ambos.


Luego el hombre rico pide que envíe a Lazaro a advertirle a su familia para que no terminen como él, Abrahán le dice que hay tienen a Moisés y a los profetas para escuchar y seguir sus enseñanzas.


El hombre rico insiste que si alguien de entre los muertos se les aparece, ellos se arrepentirán. Y Abrahán le replicó si no escuchan a Moisés y a los profetas, mucho menos harán caso a alguien que se levante de los muertos.


Hermanos, la única oportunidad para creer y ser salvos es en vida. Las apariciones y demás hechos paranormales o extraordinarios que nos sucedan en la vida, no nos llevarán a la fe porque no son medios por los cuales Dios obra la fe en los corazones de los hombres.


Y por último, ¿cuántas personas que se le predica que Jesús se levantó de los muertos llegan a creer y se arrepienten? Muy pocas. Y siendo el creer en este Jesús levantado de los muertos la única manera de ser salvos por fe.


Oremos:

Excelentísimo Dios, que los bienes que pones a nuestra disposición de tu infinita misericordia, sean para acordarnos de los desposeídos de este mundo, para tu infinita gloria.

Amén. Dios los bendiga, y recuerden. ¡¡Sólo Dios Salva!!