05 de septiembre 2021
Decimoquinto Domingo Después de Pentecostés.
Pastor: Miguel Moreno
Lecturas: Salmo 146;
Isaías 35: 4-7a; Santiago 2: 1-10, 14-17; San Marcos 7: 24-37
Tema de hoy: Ciudadanía Celestial
Nuestra reflexión para el día de hoy Decimoquinto Domingo
Después de Pentecostés, está basada en el pasaje del evangelio que se encuentra
en: San Marcos 7:
24-37 y es del siguiente tenor:
“De allí se dirigió
Jesús a la región de Tiro. Entró en una casa, sin querer que nadie lo supiera;
pero no pudo esconderse. Pronto supo de él la madre de una muchacha que tenía
un espíritu impuro, la cual fue y se arrodilló a los pies de Jesús. La mujer no
era judía, sino originaria de Sirofenicia. Fue, pues, y rogó a Jesús que
expulsara de su hija al demonio. Pero Jesús le dijo:
—Deja que los hijos coman primero, porque no está bien
quitarles el pan a los hijos y dárselo a los perros.
Ella le respondió:
—Pero, Señor, hasta los
perros comen debajo de la mesa las migajas que dejan caer los hijos.
Jesús le dijo:
—Por haber hablado así,
vete tranquila. El demonio ya ha salido de tu hija.
Cuando la mujer llegó a
su casa, encontró a la niña en la cama; el demonio ya había salido de ella.
Jesús volvió a salir de
la región de Tiro y, pasando por Sidón, llegó al Lago de Galilea, en pleno
territorio de Decápolis. Allí le llevaron un sordo y tartamudo, y le pidieron
que pusiera su mano sobre él. Jesús se lo llevó a un lado, aparte de la gente,
le metió los dedos en los oídos y con saliva le tocó la lengua. Luego, mirando
al cielo, suspiró y dijo al hombre: «¡Efatá!» (es decir: «¡Ábrete!»)
Al momento, los oídos
del sordo se abrieron, y se le desató la lengua y pudo hablar bien. Jesús les
mandó que no se lo dijeran a nadie; pero cuanto más se lo mandaba, tanto más lo
contaban. Llenos de admiración, decían: «Todo lo hace bien. ¡Hasta puede hacer
que los sordos oigan y que los mudos hablen!»”
Oración
del día
Dios
misericordioso, a lo largo de los siglos transformas la enfermedad en salud y
la muerte en vida. Ábrenos al poder de tu presencia y haznos un pueblo
dispuesto a proclamar tus promesas al mundo entero, a través de Jesucristo,
nuestro sanador y Señor.
Aclamación
al Evangelio
Aleluya. Alégrense siempre en el
Señor. Repito: ¡Alégrense! Aleluya. (Filipenses 4:4)
Sermón
Imagine por un momento, que su hija sufre de una enfermedad que ni usted ni
nadie sabe cuál es su origen. Usted se encuentra perdido, desorientado, vulnerable.
Usted piensa «mi hija va a morir y no puedo hacer nada».
Luego, cuando ya usted está haciendo los preparativos para el entierro,
repentinamente, un vecino le dice: —Mira por ahí anda un judío, profeta él, que
dicen ha hecho milagros de curaciones. Si bien, nosotros pertenecemos a otra
cultura y otra religión, no está demás hablar con ese señor. Amigo, creo que no
tienes nada que perder.
¿Qué haría usted? ¿Se quedaría paralizado, y seguiría
con los preparativos del sepelio de su hija o, iría y rogaría a ese sujeto que
le han recomendado para que la sane?
Muy bien, el contexto de la historia es que, Jesús quería
estar en soledad con sus discípulos e hizo algo raro en él, y se fue a tierras
de gentiles, tierras de Tiro y Sidón, donde actualmente está ubicado el Líbano.
La mujer del relato acudió con fe a Jesús, se ve
bien que la recomendación hecha por las personas y su gran fama, la habían
convencido que él era el único camino que le quedaba por transitar.
Ahora bien, para el Señor, esta era una situación muy difícil
en la que lo ponía la petición de la señora, ya que él había sido enviado a las
ovejas perdidas de Israel y así, cumplir la promesa histórica de siglos hecha por Jehová.
Podemos pensar que, si Jesús hubiese empezado su
ministerio en tierras de gentiles, tal vez se hubiese retrasado o frustrado el cumplimiento
de su plan.
No debemos entender con la palabra «perros», que Jesús
pretendía ofender a la dama necesitada.
Y la señora lo supo bien, ya que Jesús lo que daba
a entender era que primero debía predicarse a los hijos del pueblo de Israel y
luego a los otros pueblos en general.
Jesús le dijo: por haber hablado así, vete en paz, lo
que has venido a buscar se te ha concedido.
Y la pregunta curiosa e inquisitiva aquí es ¿Cómo
habló la señora? ¿Dijo Abracadabra? ¿Le mostró un amuleto para que se lo
bendijera y con eso curaría a su niña?
Bueno, creo que la forma de hablar fue con total fe, autoridad
y confianza en que iba a recibir solución de su Señor.
La siguiente historia nos habla de que le llevaron a
Jesús, un sordo y tartamudo.
Hemos de precisar que Decápolis también era una región
de gentiles, nuestro Señor Jesucristo predicó la Palabra en estos lugares y también
realizó muchos milagros.
Jesús toma aparte al hombre y con señas le enseña lo
que va a hacerle, luego introduce sus dedos en los oídos y con saliva le toca
la lengua, como haciendo una transfusión de fluidos divinos, desde su lengua hacia la
lengua del tartamudo. Jesús utiliza la misma palabra que usó con la hija de
Jairo «Efatá».
Jesús termina pidiendo al hombre que no mencione lo
que había sucedido, pero como la gloria de Dios es indetenible e inexorable,
más se corría acerca de la fama de Jesús.
La multitud se maravilla y dice todo lo puede hacer
bien.
Sí, Jesús todo lo hace bien.
Hermano, ¿tienes miedo de acercarte a Jesús? ¿Crees que Jesús lo hace todo
bien? Quiero recordarte que por la promesa que hizo Dios a nuestro Padre Abraham,
tú formas parte del pueblo de Israel. Sí, puedes decir confiadamente que tienes
doble nacionalidad porque ere ciudadano del Israel celestial.
Oremos: Dios Padre eterno, te rogamos nos hagas entender que todos nosotros
formamos parte de la ciudadanía del Israel celestial, para que de esta forma
podamos confiar en tus pactos y promesas.
Amén.
Dios los bendiga, y recuerden. ¡¡Sólo Dios Salva!!
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