01 de octubre de 2023
Décimo Octavo Domingo Después de Pentecostés.
Pastor: Miguel Ángel Moreno Villarroel
Lecturas: Salmo 25:1-9; Ezequiel 18:1-4, 25-32; Filipenses 2:1-13; Mateo 21:23-32
Tema de hoy: Dios, danos coherencia de fe para mirar a Jesús como nuestro único Salvador.
Muy buenos días, hermanos y hermanas en nuestro Señor Jesucristo; en esta oportunidad vamos a reflexionar acerca de la lectura del evangelio según Mateo capítulo 21, versículos desde el 23 hasta el 32.
En una oportunidad alguien me contaba que estando en su lugar de trabajo, un grupo de sus compañeros mantenían una discusión llegando a acalorarse un poco, en relación a cómo era el uso de una determinada conjugación verbal; al ya no poder darle vueltas al asunto, sin posibilidad de consultar a nadie, estoy hablando de los tiempos en los que vivíamos sin acceso a internet, apareció un señor quien visitaba con regularidad su lugar de trabajo, fungiendo como un humilde librero ambulante, a petición y a domicilio y, les preguntó con mucha discreción: ¿cuál era la discusión propiamente dicha en la que estaban inmersos? Todos sin excepción fruncieron, cuenta mi amigo, viraron los ojos en señal de menosprecio y alguien a regañadientes balbuceó la duda.
Siguió contando mi amigo que está visto y es verdad, como se dice normalmente, que la ignorancia es libre, y que los prejuicios limitan el progreso individual y colectivo de la humanidad. Aconteció, que el vendedor de obras literarias manteniendo su sencillez, echó manos de un pizarrón y como un catedrático universitario pasó a explicarles hasta el más mínimo detalle acerca de la incertidumbre que les frustraba hasta ese momento; al ser preguntado acerca de los conocimientos mostrados, el buen y viejo librero respondió que, era Licenciado en Letras con Postgrado y Magister en el tema específico de cuya ignorancia les rescató; dice mi amigo, que está demás contar que todos quedaron sorprendidos con aquella declaración, y comentaron con pena propia: «cómo la mayoría de las veces, creyéndonos mejores que los demás, caemos en la enfermedad del orgullo».
En nuestra historia de hoy, observamos a Jesús que enseña y además lo hace con toda autoridad. Los jefes de los sacerdotes y los ancianos de los judíos, observaban con admiración oculta y con envidia revelada, como este hombre humilde, cuyo padre tenía un oficio corriente como carpintero, procedente además de un pueblo insignificante como Nazaret, desplegaba todos eso conocimientos de la Escritura; pero a ellos sólo se les ocurre preguntar: ¿Con qué autoridad haces esto y quién te la dio? ¿Será que preguntaban eso para ellos buscar de la misma fuente donde Jesús había sido provisto? Pudiera ser esa la motivación, mas también buscar una excusa para acusarlo y apresarlo.
Jesús, quien sí sabía de sus intenciones (Dios es omnisciente y conoce los pensamientos e intenciones de los corazones), se les escapa inteligentemente respondiendo con una pregunta sencilla pero aguda, ¿quién envió a Juan a Bautizar, Dios o los hombres? Y los señores maquinando sus cálculos, referidos al costo social y religioso que tendrían que enfrentar, manifestaron no saber; Jesús responde, entonces yo tampoco les diré con qué autoridad hago esto.
El anterior pasaje bíblico nos enseña que todo aquel que ve a Cristo con ojos humanos, desprovisto de fe que obra el Espíritu Santo, se preguntará, ¿con qué autoridad me puede dar algo este personaje histórico?, si lo que observo es a un hombre pobrísimo, que nació en un pesebre maloliente, que no tenía ni donde recostar la cabeza Mateo 8: 20; además, se dejó crucificar sin abogar defensa alguna a su favor. En conclusión, Él no puede hacer nada por mí; entonces no me interesa y rechazo seguirle como discípulo.
Así las cosas, el ser humano queda atrapado en una condenación eterna, desesperado, llevando una existencia que nada ni nadie puede llenar, al enceguecerse por la enfermedad del orgullo propio.
Y, como se nos muestra en la parábola de los dos hijos, no sirve de nada las promesas verbales de sujeción a nuestro Señor Jesuscristo, por ejemplo: la persona que trás ser invitada al servicio cristiano responde: -Oh sí, el próximo domingo sí iré a la iglesia, y llegado el día no aparece, lo que sí cuenta para Dios, son las actuaciones efectivamente realizadas como resultado de la fe y, de esta manera dar fruto de arrepentimiento y discipulado real; ya que, no es por estatus socioeconómico, ni méritos académicos que vamos a lograr acceder al reino de los cielos, sino por la milagrosa misericordia de Dios que obra la fe en nosotros.
Oremos:
Dios de Gloria y Majestad, haznos vivir una existencia de coherencia, y ver en Jesús al Dios Todopoderoso que salva nuestras almas de la perdición eterna.
Amén. Dios los bendiga y recuerden: ¡Solo Dios Salva!
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